domingo, 19 de febrero de 2012

El macho posmo y Lidia

El macho posmo sabe poco, o nada del negocio en el que trabaja, cuando trabaja.
Uno va a comprar cualquier cosa, poco complicada, a decir verdad, y el macho posmo, con su pelo de punta, duro por el gel y su cara de nada, no le puede atender; no entiende lo que se le pide, se hace un lío, no se aclara.
Después de un largo cabildeo, el macho posmo termina por llamar a su jefa –suele tener jefa, y no jefe-: Lidia.
Viene Lidia –para nosotros siempre es Lidia, ya le hemos puesto ese nombre y asi la llamaremos siempre-. Es una chica joven, que llega con presteza y sus ojos, casi siempre hermosos, unas veces con gafas, otras sin ellas, rebosan de vida y de ganas de ser útil.
Naturalmente, Lidia le saca las castañas del fuego al macho posmo y gracias a ella uno termina por llevarse lo que quería y se va encantado por la eficiencia, la buena disposición y la simpatía de Lidia.
¡Ah, las mujeres, cuánto más listas, cuánto más eficientes son ahora que los hombres en el comercio y en todos los rubros! ¡Da gusto verlas en verano por las calles (rotas) de Buenos Aires, con las piernas al aire y escotes profundos! ¡No se ve una fea!

Se lo dan todo hecho

El macho posmo se dejó estar, se acostumbró a depender de Lidia, Sonia, Gabriela o Isabel, que le facilitan todo, que se lo dan todo hecho. En la casa familiar –en la que vive con sus padres hasta los 40 años- le resuelve todo su  madre, sus hermanas, sus tías, la abuela…
En el mundo le cuida una novia, que no lo es mucho porque el macho posmo aborrece los compromisos; él es el inventor del término amigovia, más ambiguo que amiga y más ambiguo que novia.
En cuanto al sexo, le fastidia o, por lo menos no le hace mucha gracia. Cuando no tiene más remedio que practicarlo con su pareja, que ya tiene la piel arrugada de tanta ducha fría y jadea por las noches sin poder dormir, mientras él ronca como un angelito, acude a esas pastillas afrodisíacas que antes usaban los señores mayores, que ahora son lo que se llevan el gato al agua.
Lidia le dice a este reportero que “los chicos son un desastre, sobre todo en lo referente a la limpieza. Estuve unos días en otra sucursal y cuando volvi la vidriera estaba llena de telarañas y el baño, con el inodoro atrancado, poblado de cucarachas. Vamos, un desastre”.

Lateral

Nuestra Lidia regenta con mano maestra una céntrica tienda de ropa para hombre, con inclusión de camisetas, pijamas, batines y otros artículos de otros materiales.
En un extremo del local, un macho posmo  de cara  gris y ojos muy pequeños, que no traslucen una vida intensa. Reclinado en una pared, mira a la gente que entra a comprar, y el desempeño excelente de su jefa, desde un posición psicofísica lateral, por no decir esquinada, que subyace bajo una indiferencia-negligencia incrustada de estolidez. De tanto en tanto mira al suelo, sin dejar de jugar con una bolita de cartón que se ha fabricado con la etiqueta de unos calcetines blancos para zapatillas deportivas.
El macho posmo puede ser casi analfabeto o contar con cierta instrucción, no pasa por ahí la cosa. Es su manera de ser.
Fuimos a comprar repuestos para una pluma estilográfica. Casi no se usan, pero  tampoco son objetos rarísimos, de esos que no se ven nunca en ningún sitio. Se venden.
Atendía un macho posmo rubianco, con el pelo cortado escalonadamente y una mosquita bajo el labio inferior, ligeramente colgante. Parecía estar rumiando, o quizás es que masticaba chicle.
- ¿Estilográfica? –musitó.
- Lapicera fuente, si lo prefieres; es un canuto para escribir a mano, parecida a un bolígrafo.
- ¿Fuente? Yo…, no sé, no… ¡Lidiaaa!
Vino la Lidia de ese negocio, pimpante, dinámica, sabiendo todo lo que había  que saber de la mercancía que tiene que vender; y todo fue alegre y placentero. Llevamos más cartuchos de los que habíamos pensado comprar.
En mi camino a la salida pude ver de través que el macho posmo seguía rumiando.

© José Luis Alvarez Fermosel

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