martes, 2 de diciembre de 2014

Estampas y sainetes



El post que sigue inaugura una nueva sección, Estampas y Sainetes, que tuvo gran éxito en Radio Madrid, Emisora Central de la Sociedad Española de Radiodifusión. La sección se nutría de textos cortos y humorísticos, muy bien interpretados por los actores del cuadro artístico de Radio Madrid.     

Espejismo

El aduar se difumina en la distancia, parece que se oculta tras varias capas de sol por propia voluntad. O que retrocede mientras el hombre avanza lentamente, arrastrándose por la arena abrasadora.
El aduar es el fin, es decir, el objetivo principalísimo del último tramo de un viaje endemoniado. Una etapa que acaso se convierta en pesadilla.
Quizás el aduar sea un espejismo: la típica ilusión óptica debida a una inversión de la temperatura. Con el tiempo en calma, la separación normal entre el aire caliente y el frío, cerca de la superficie de la tierra, puede producir un efecto de lente refractante, ofreciendo una imagen invertida sobre la que todo lo distante parece que flota.
El hombre cree que divisa en lontananza toldos de tiendas de campaña y palmeras cimbreantes. Pero sabe que todo es producto de la fatamorgana.
Todo lo que puede verse en el horizonte, incluidos islotes, témpanos de hielo y promontorios toma en virtud de ese fenómeno el aspecto de estructuras o edificaciones muy altas, unas alargadas, otras oblongas, algunas semejantes a fantasmagóricos castillos medievales.
La fatamorgana más frecuente es la que se produce en la costa meridional de Sicilia, en el estrecho de Mesina, entre Calabria y Sicilia, al sur de Italia.
El hombre siente que está llegando al límite de sus fuerzas, pero no se detiene. Sigue su cada vez más dificultosa  marcha, hincando los codos en la tierra.
¡La maldición de Fata Morgana, dama del alma, de la fertilidad y de la muerte: mandala símbolo de la existencia de la lucha entre lo blanco y lo negro –el bien y el mal- en el interior del ser humano!
El hombre oye extraños ruidos metálicos y le parece que aprieta algo con las manos.
Se despierta bruscamente, aferrando el volante de su coche, encajado delante de una cuatro por cuatro y detrás de un camión, en un embotellamiento de tránsito.
Su ocupante respira el aire quieto, denso y cálido de un mediodía de verano que penetra por las ventanillas abiertas.
No era un explorador perdido en el desierto el automovilista, que recuerda un cuento de Julio Cortázar: “Los autonautas de la cosmopista”, en el que se describe un atasco durante el cual pasa de todo lo bueno y todo lo malo.
Fata Morgana…

© José Luis Alvarez Fermosel

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