martes, 5 de agosto de 2014

De botas e ideologías



Como lamentablemente perdí hace años mi monografía La Psicología de la Apariencia -con copia y todo-, y no me acuerdo de casi nada de lo que escribí entonces, acudo a Francisco Umbral para que me ayude con su Belleza Convulsa, en la que dice que el atuendo influye en las ideologías.
Creo que yo decía lo contrario, o sea que las ideología influyen en el atuendo.
Umbral revela que en un momento de su vida sustituyó los zapatos por las botas, en un gesto considerado progresista, ya que los zapatos se habían quedado señoritos.
El polígrafo vallisoletano (1) planteaba la influencia de la vestimenta en las ideologías, sosteniendo que “(…) el revolucionario, el progresista, el disconforme, el ácrata se visten de una determinada manera por rechazo y asco del uniforme burgués, eligiendo otro uniforme –pana, lana y cuero-“.
Cuando la policía, el Estado –cualquier Estado- cataloga a los individuos según la ropa, uno queda constreñido en su guardarropa y es sólo el producto de su armario, no de una doctrina, unos libros o una revolución, a juicio de Paco Umbral, quien remachaba que entonces es cuando se consagran el cuero y la pana como el atuendo de los ángeles.
Uno recuerda al ex presidente español Felipe González –del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)- con su eterna chaqueta de pana amarilla, que no se sacaba ni para dormir hasta que su asesor de imagen –que se apellidaba Feo-, se la quitó y a él le mandó a un sastre. Felipillo, como le llamaban, no fue menos socialista de traje y corbata.
El hábito no hace al monje, pero le ayuda bastante, lo mismo que un grano no hace granero, pero ayuda al compañero.
A estas alturas yo no creo que las ideologías tengan que ver con la indumentaria, sino con el gusto, que puede ser bueno o malo y con el sentido del ridículo, que puede tenerse o no.
Un muchacho vestido con “jeans” y parka, con sus zapatillas deportivas y su mochila a la espalda, que va al colegio, a trabajar o a encontrarse con su novia o sus amigos queda bien, está adecuadamente vestido para lo que tiene que hacer. Su atuendo tiene que ver más con lo práctico, con lo funcional que con la moda y, desde luego, con la ideología.
Ir a recoger un premio en una fiesta de noche en un gran salón con camisa abierta hasta la mitad del esternón, “jeans” y ojotas no nos parece muy ortodoxo.

La moda del feísmo

Un parlamentario, un ministro, un canciller con traje bien cortado, pero los pantalones ajustados como calzas y con más arrugas que un acordeón, camisa de vestir con el cuello abierto y sin corbata y zapatos enormes que terminan en punta, ligeramente levantada, no está vestido con propiedad y en su afán por seguir una moda basada en el feísmo está haciendo el ridículo, cualquiera que sea su ideología, según el concepto que tengo yo del ridículo, claro está.
El literato español Gerardo Diego, doctor en Filosofía y Letras, catedrático de Lengua y Literatura, Premio Nacional de Literatura, premio Cervantes compartido con Borges, miembro de la Real Academia Española hubiera sido reprobado en Estética (2). Lucía siempre trajes color ratón muy estrechos y calcetines cortos, flojos, caídos y marrones.
Hablando de calcetines, recordemos –aunque este papelón no tuvo nada que ver con moda alguna- al ex presidente del Banco Mundial, el estadounidense Paul Wolfowitz, que invitado a visitar la mezquita de Selimiya en Estambul, al descalzarse para entrar, según el rito musulmán, mostró ambos calcetines agujereados, y al parecer no muy limpios. El aseo, la pulcritud, la buena apariencia no son exclusivas de conservadores, ni de progresistas.
Presidentes de países socialistas y los miembros de sus comitivas dan ejemplo de cómo presentarse en reuniones internacionales. No se sabe de ninguno que haya caído en desgracia ante el pueblo, a su regreso a su país, por haber sido visto fuera de él vestido con traje,  camisa con gemelos en los puños, corbata y zapatos negros relucientes.
Volviendo a las botas, que por ahí empezamos, en eso sí que Umbral y yo coincidimos siempre.
“Mido uno ochenta y siete, pero creo que, precisamente, somos los hombres altos quienes debemos potenciar nuestra altura. A un enano no le conviene nada ponerse tacones de cinco o diez centímetros”, decía el escritor, para quien las botas de media caña, negras, terminan la figura con mejor base “(…) porque la debilidad estética del hombre está en unas canillas delgadas, pero no esbeltas, entre el vuelo del pantalón y la escasa arrogancia del zapato”.
Yo mido uno ochenta y dos y también uso botas, aunque cada dos por tres el pantalón se me engancha en el borde, se me sube hasta la mitad de la bota y tengo que agacharme para ponerlo en su sitio, o tirar de él desde la cintura.
Una vez tropece con no sé qué con la puntera de una bota en una calle hecha pedazos y me caí de bruces. Menos mal que atiné a extender ambas manos y frené el impacto de la caída.
Cuando llueve es conveniente llevar botas especiales, más gruesas y con la suela de goma. Las botas de vestir deben ser de tafilete, por evitar todo efecto campesino, rural o ecuestre y, porque como también decía Paco Umbral, “las arrugas del tafilete son bellas y hasta elegantes”.
Son detalles, o aspectos parciales de algo. Los mil detalles que trae la vida cotidiana son los que a la larga imprimen un carácter determinado.

(1) De Valladolid, provincia del noroeste de España
(2) La Estética, llamada también teoría del arte, es una rama de la filosofía relacionada con la belleza y la fealdad. Su definición se debe al filósofo alemán Gottlied Baumgarten.

 © José Luis Alvarez Fermosel

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