miércoles, 10 de septiembre de 2014

Café y barquito



Jamás vimos navegar nuestras ilusiones infantiles en un barquito de papel que surcara el agua  de una fuente, en un jardín, o en un un charco de la calle. Tampoco mandamos nuestros sueños al espacio en un avioncito de papel. Es que uno no supo nunca hacer barquitos ni avioncitos de papel.
Uno tiene muy poca habilidad manual, es decir, ninguna. Un amigo estadounidense nos dijo que eramos “all thumbs”, unos manazas. A los que son hábiles con las manos se los llama manitas. Quizás uno prefiera el aumentativo al  diminutivo, después de todo.
El Barquito Café-Bar es un simpàtico establecimiento situado en la Avenida Miguel Cano, 7, de Marbella, en el corazón de la Costa del Sol andaluza, en el sur de España. Allí, además de café, sirven tapas, que es lo suyo, y también dan de comer formalmente. Van, entre otras personalidades, Amelia Pérez de Castro, que fue compañera mía en la agencia española de noticias EFE y se pasa la vida en la Costa del Sol.
Pero nunca hasta ahora había visto un barquito de papel en una taza de café: varado, para ser exactos, en una taza de café, lo cual le sorprende a uno, y hasta le inquieta un poco.
¿Quién habrá hecho el barquito? ¿Por qué lo habrá depositado en la taza, sobre el café que no quiso beber? ¿Acaso porque se enfadó con alguien y decidió no tomarse la taza de café y dejar además sabe Dios qué clase de mensaje?
Mejor gesto que el de dar un puñetazo en la mesa. Buena ocasión, también, para que ese fotógrafo que siempre está ahí captara una composición nada común: una taza de café con un barquito de papel flotando en su oscura superficie.
¿Algo se anula? ¿Algo se adorna?
- ¿Café con leche, señor, o cortado?
- No, con un barquito de papel.
- ¡Pero…!
- Está bien, tráigame un papel, que yo haré el barquito.
- ¿Y…?
- Después puede usted hacer lo que quiera con la taza de café y el barquito.
- Señor, es usted un original.
- No, es que estoy aburrido de todo.
- ¿No será que ella…?
- ¡Calle, calle usted, hombre de Dios…!
El barquito naufragará en cuanto se empape de café. Pero ya nada será igual.
¡Y pensar que todo empezó porque a alguien se le ocurrió hacer un barquito de papel y meterlo en una taza de café…!

© José Luis Alvarez Fermosel

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