miércoles, 17 de septiembre de 2014

Estilo "dandy"



Los entendidos dicen que la moda masculina que viene no va a caracterizarse precisamente por el estilo “dandy” –palabra inglesa que la Real Academia Española se obstinó en desvirtuar, españolizándola, y le cambió la y final por una i latina, aunque peor fue lo que hizo con el whisky llamándole “güisqui”, con diéresis y todo-. Nadie lo dice ni lo escribe así. Ni mucho menos lo bebe así.
Siempre se identificó al “dandy” con un caballero elegante, y con razón. Pero el “dandy”, el hombre perteneciente al dandismo, fue algo más. Representó un movimiento que tuvo mucho que ver con la ética y la estética.
La ética, como se sabe, es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre. La estética –término introducido por Alexander Baumgarten en 1750- es el estudio del arte, sus categorías fundamentales, sus tareas y sus relaciones con la naturaleza y el hombre.
El dandismo fue un estilo de vida, una actitud ante la sociedad. Más allá del buen vestir tuvo una significación y una trascendencia profundas y constituyó una metafísica, una postura particular respecto al ser y aparecer, directamente relacionada con la modernidad.
En el ocaso de una época, Charles Baudelaire identificó el dandismo como la última hazaña posible: un afán de hacer de la apariencia una aristeia (excelencia). No fue una simple frivolidad, como piensan algunos. Tanto más cuanto que implicaba una suerte de ascesis, una disciplina rígida y exigente, un refinamiento espiritual y un interés por lo artístico y cultural que venía del prerrafaelismo de Dante Gabriel Rossetti.
Hay quienes han calificado de “dandy”, en la actualidad, al futbolista inglés David Beckham, que es sólo, ¡y nada menos!, un hombre que se viste muy bien.   
Desde mucho antes, el (supuesto) prototipo del “dandy” fue George “Beau” Brummell, que tenía un físico privilegiado y a quien le sentaba muy bien la ropa, toda la que se ponía. Tenía muy buen gusto, eso no puede negarse, y gastaba en vestir a manos llenas.
Brummell revolucionó la barroca moda de las coloridas casacas floreadas de su época -finales del siglo XVIII y principios del XIX-, pero no dio la talla de “dandy”. Le faltó fibra. Por eso no supo nunca valerse por sí mismo. Cuando el Príncipe de Gales –futuro rey Jorge IV de Inglaterra- le retiró su mecenazgo empezó su declive, al que siguieron rápidamente la bancarrota, la huída de Inglaterra, acosado por sus acreedores, una existencia que de incierta pasó a  miserable y tuvo, como triste final, la locura y la muerte en Caen (Francia), a los 61 años.
“Dandies” fueron literatos y estetas como Lord Byron, Percy Shelley, John Keats, Théophile Gautier, Jules Barbey d’Aurevilly, Oscar Wilde, Jores-Karl Huysmans, que basándose en un personaje brillante, refinado y libertino, Des Esseintes, creó su excéntrico héroe de Au rebours.
En España fungió de “dandy”, en pleno siglo XX, César González-Ruano, un magnífico periodista, o un magnífico escritor en diarios, como Larra, otro “dandy”. Iba al Café Gijón de Madrid, donde escribía, y tiraba sobre el velador de mármol la pitillera de oro firmada por el rey Alfonso XIII y las cerillas de la cocinera. Eso era dandismo. Si hubiera depositado un encendedor de oro –que debía tenerlos- al lado de la cigarrera, ese gesto habría sido una ordinariez propia de un nuevo rico o el exhibicionismo pedante de un esnob adinerado de tres al cuarto.

Marrón y azul

En Argentina se tuvo por “dandies” –que nos perdone la Real Academia Española, pero nosotros seguimos aferrados al origen británico del término-, a varios caballeros, como el diputado demócrata progresista Horacio Thedy, parroquiano del Petit Café de la avenida Callao y creador del “clarito”, que se diferencia del martini –al que tan aficionados son los estadounidenses- porque lleva una corteza de limón en lugar de la clásica aceituna verde, que ahora son dos. Thedy supo combinar a la perfección los tonos azules y castaños en la indumentaria masculina.
También se consideró “dandy” a Borges, que vestía impecablemente a la inglesa. Pero a nuestro juicio el autor de “Ficciones” estaba más en la línea de un Catón el Censor o, dentro de la escolástica, de Scoto Erigena, fundador del Seminario de Oxford, piedra angular de la futura Universidad. Yo lo vi siempre más “dandy” a Bioy Casares que a Borges, pero la mía es una opinión muy personal y, por tanto, también muy discutible.
El “dandy” argentino por antonomasia fue Jorge Newbery, aviador, ingeniero, científico, deportista –excelente boxeador-, cuya merecida fama de “gentleman” y su valor físico le llevaron a figurar en muchos tangos. El más conocido fue Corrientes y Esmeralda (1933), con letra de Celedonio Flores y música de F. Pracanico, que alude a su predominio en peleas callejeras sobre los malevos que paraban en la esquina de la entonces Corrientes angosta y la calle Esmeralda, quienes solían tirar de cuchillo, pero no sabían boxear. El tango que citamos antes lo explica cuando dice, refiriéndose a la famosa esquina: Amainaron guapos junto a tus ochavas/cuando un elegante los calzó de “cross”/y te dieron lustre las patotas bravas/allá por el año… novecientos dos…
Quizás fue Albert Camus quien mejor explicó la quintaesencia del dandismo, cuando dijo que esa corriente se burló de las reglas y, sin embargo, siguió respetándolas. Las sufrió y se vengó de ellas, sin dejar de respetarlas. Es algo.
Para ser elegante basta con no intentar engañar, no pretender ser lo que no se es; la moda es la expresión de un modo de ser. Si la gente entendiera esto, dejaría de sufrir por su imagen. Lo dijo el notable diseñador español Tony Miró.

© José Luis Alvarez Fermosel

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