O sea, que ya no queda nadie, o casi nadie. Tal vez Ansón, Manuel Vicent, el "maudit" Raúl del Pozo, algún otro cuyo nombre no acude a mi memoria mientras consigno con tristeza que ha muerto Francisco Umbral, el último gran columnista de la prensa española.
Paco Umbral recogió, y la mantuvo encendida, la antorcha que le entregó César González-Ruano. La supo llevar dignamente en esa carrera de relevos que emprende el escritor cuando compone su primer poema a los quince años y, a veces, la pasa luego a otro escritor. La antorcha se apagó.
Umbral, como González-Ruano, fue un escritor infatigable y denodado que tentó todos los géneros con fortuna. Como Ruano, tuvo mérito y éxito. Fue un gran literato. “Yo he vivido más en la literatura que en la vida”, dijo. Fue muy premiado, merecidamente. No vamos a hacer aquí su biografía ni el recuento de sus obras. Otros lo han hecho ya muy bien.
En lo personal, muchos lo vieron alambicado, cínico, pagado de sí mismo y de mal carácter. Más vale tener mal carácter que no tener ninguno. Con respecto a los otros sambenitos que le colgaron, lo que pasa es que fue un esteta. “Sólo como fenómeno estético se justifican eternamente la existencia y el mundo”, dijo Nietzsche. Esto de la estética irrita mucho, sobre todo a la izquierda.
También dijo Umbral que era un dandy de izquierda y ahí se cavó la fosa. Sus camaradas de la “gauche galant” no le perdonaron la “boutade”, que no era “boutade”.
Tampoco le ayudó –sobre todo para ingresar en la Academia- su propensión a desmitificar y su aversión a las misturas y mistificaciones. Bajó del Olimpo a Pío Baroja y a Azorín, dos monstruos sagrados de la literatura española del siglo XX. De Galdós recordó la definición que hizo González-Ruano en sus memorias del autor de “Los Episodios Nacionales”: “Galdós fue un maestro de obras socialista”. Añade Umbral: “Lo sabe todo del asesinato de Prim, pero cuando escribe el Episodio de Prim no cuenta nada. Hizo la Historia del XIX según le convenía”.
Umbral recuerda que Azorín denunció la metáfora como trampa porque él no sabía hacerlas y que sus adjetivos fueron siempre vulgares, manidos, arcaizante y muchos los tomaba de los manuales de oficios. Era verdad.
También habló y escribió de la “natural torpidez de la sintaxis” de Baroja. Y calificó su prosa de “descuidada y torpe”. “En ‘El Arbol de la Ciencia’ –recuerda Umbral- se vela la muerte de un desharrapado en una corrala madrileña y, para describir a los amigos del muerto, Baroja escribe cinco veces ‘desharrapado’ en un párrafo. No tiene otra palabra para describir a los mendigos ni se molesta en buscarla”.
¡Cuántas veces se nos hizo comulgar con ruedas de molino durante el franquismo!
Los artículos de Umbral, como los de su maestro González-Ruano, figuran en un lugar de privilegio en ese gran libro de las masas que es el periodismo.
Umbral fue siempre en esos artículos del yo a lo universal. Para que un tema interese hay que partir de uno mismo. Hay que buscar lo intemporal dentro de lo circunstancial. Esta aspiración a la abstracción anuncia la poesía, sostiene acertadamente el escritor, también español, Antón Castro.
Umbral deja un vacío enorme. ¡Qué pena, se van siempre los mejores! Antes de tiempo, además. Los peores se quedan, eternizándose en su mediocridad y su ordinariez.
Antecede a estas líneas la fotografía de la portada de un libro de Francisco Umbral, “Las palabras de la tribu”. Abajo, en otra columna, hay un párrafo de un texto bellísimo extraído del libro “Las palabras quedan”, de César González-Ruano. El título es “El tiempo no existe”.
Quizás sólo existan las palabras, por lo menos las palabras de la tribu. Las palabras quedan, las de Paco, las de César. Ya están juntos los dos.
Paco Umbral recogió, y la mantuvo encendida, la antorcha que le entregó César González-Ruano. La supo llevar dignamente en esa carrera de relevos que emprende el escritor cuando compone su primer poema a los quince años y, a veces, la pasa luego a otro escritor. La antorcha se apagó.
Umbral, como González-Ruano, fue un escritor infatigable y denodado que tentó todos los géneros con fortuna. Como Ruano, tuvo mérito y éxito. Fue un gran literato. “Yo he vivido más en la literatura que en la vida”, dijo. Fue muy premiado, merecidamente. No vamos a hacer aquí su biografía ni el recuento de sus obras. Otros lo han hecho ya muy bien.
En lo personal, muchos lo vieron alambicado, cínico, pagado de sí mismo y de mal carácter. Más vale tener mal carácter que no tener ninguno. Con respecto a los otros sambenitos que le colgaron, lo que pasa es que fue un esteta. “Sólo como fenómeno estético se justifican eternamente la existencia y el mundo”, dijo Nietzsche. Esto de la estética irrita mucho, sobre todo a la izquierda.
También dijo Umbral que era un dandy de izquierda y ahí se cavó la fosa. Sus camaradas de la “gauche galant” no le perdonaron la “boutade”, que no era “boutade”.
Tampoco le ayudó –sobre todo para ingresar en la Academia- su propensión a desmitificar y su aversión a las misturas y mistificaciones. Bajó del Olimpo a Pío Baroja y a Azorín, dos monstruos sagrados de la literatura española del siglo XX. De Galdós recordó la definición que hizo González-Ruano en sus memorias del autor de “Los Episodios Nacionales”: “Galdós fue un maestro de obras socialista”. Añade Umbral: “Lo sabe todo del asesinato de Prim, pero cuando escribe el Episodio de Prim no cuenta nada. Hizo la Historia del XIX según le convenía”.
Umbral recuerda que Azorín denunció la metáfora como trampa porque él no sabía hacerlas y que sus adjetivos fueron siempre vulgares, manidos, arcaizante y muchos los tomaba de los manuales de oficios. Era verdad.
También habló y escribió de la “natural torpidez de la sintaxis” de Baroja. Y calificó su prosa de “descuidada y torpe”. “En ‘El Arbol de la Ciencia’ –recuerda Umbral- se vela la muerte de un desharrapado en una corrala madrileña y, para describir a los amigos del muerto, Baroja escribe cinco veces ‘desharrapado’ en un párrafo. No tiene otra palabra para describir a los mendigos ni se molesta en buscarla”.
¡Cuántas veces se nos hizo comulgar con ruedas de molino durante el franquismo!
Los artículos de Umbral, como los de su maestro González-Ruano, figuran en un lugar de privilegio en ese gran libro de las masas que es el periodismo.
Umbral fue siempre en esos artículos del yo a lo universal. Para que un tema interese hay que partir de uno mismo. Hay que buscar lo intemporal dentro de lo circunstancial. Esta aspiración a la abstracción anuncia la poesía, sostiene acertadamente el escritor, también español, Antón Castro.
Umbral deja un vacío enorme. ¡Qué pena, se van siempre los mejores! Antes de tiempo, además. Los peores se quedan, eternizándose en su mediocridad y su ordinariez.
Antecede a estas líneas la fotografía de la portada de un libro de Francisco Umbral, “Las palabras de la tribu”. Abajo, en otra columna, hay un párrafo de un texto bellísimo extraído del libro “Las palabras quedan”, de César González-Ruano. El título es “El tiempo no existe”.
Quizás sólo existan las palabras, por lo menos las palabras de la tribu. Las palabras quedan, las de Paco, las de César. Ya están juntos los dos.
© José Luis Alvarez Fermosel
4 comentarios:
Estimado Fermosel: Hace mucho, muchísimo tiempo, que no leo nada con la calidad que ud. le impregna a sus notas. Realmente me impresiona (¡muy bien!) porque el nivel actual es de terror. La nota sobre Umbral es excelente. Era uno de mis escritores favoritos. Tiene razón ud.: ¡qué lástima que los buenos se vayan! Lo suyo es emocionante y sensacional. En radio y escribiendo. Alberto. Capital Federal
Mil gracias por tu carta, generosa, reconfortante como una copa de fino La Ina que me tomaré a tu salud. Con oyentes y/o lectores como tú da gusto trabajar.
Pensaba que gente como usted no existía ya. Toda la página es buenísima pero esta nota sobre Umbral es absolutamente admirable.Gracias por regalarnos con estas cosas. Gracias.
El agradecido soy yo, que estoy ahora del otro lado del mostrador, después de haberme pasado una buena
parte de mi vida admirando a muchos escritores y, como tú haces ahora, expresándoles mi opinión, quizá no tan positiva y tan estupenda como la tuya. Un abrazo.
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