miércoles, 18 de marzo de 2015

La leyenda del demoledor de rocas



Las aventuras de Henry Morton Stanley (1841-1904) superaron las de grandes exploradores como Spruce, el Conde de Keyserling o el capitán Cook. Pasados los cien años de su muerte, sigue inflamando las imaginaciones.
Llamado por los africanos “Bula Matari” ("El demoledor de rocas"), este hombrecito de 1 metro y 63 centímetros, decidido y feo, nació con todas las de perder: era hijo bastardo de una criada en la dura Gran Bretaña del siglo XIX.
El futuro periodista y explorador nació el 28 de enero de 1841 en Denbigh; hijo ilegítimo, su madre lo anotó en los libros de la iglesia de Saint Hilary de Denbigh (Gales del Norte) como "John Rowlands, bastardo".
Sufrió a lo largo de toda su vida desdenes por sus orígenes "bajos" y deshonrosos", escribe John Bierman, autor de una de sus más recientes biografías aparecida en Buenos Aires, que  los lectores arrebataron de las librerías.
Rowlands, convertido en Henry Stanley en Nueva Orleans (Estados Unidos), trabajó como norteamericano -aunque no se naturalizó hasta 1885- para el diario Herald de Nueva York.
Se ganó a fuerza de puños notoriedad como periodista y explorador del  Africa negra. Incluso la exigente sociedad victoriana inglesa tuvo que reconocer sus méritos.
Posteriormente escribiría también en el Daily Telegraph de Londres, que le financió, conjuntamente con el Herald, algunas de sus expediciones.

Prisionero de los turcos

Antes de conquistar la celebridad, Stanley luchó durante nueve meses como soldado del Ejército Confederado en la guerra norteamericana de Secesión (1861-1865), fue tenedor de libros, aprendiz de impresor, minero, buscador de oro y peón de fundición.
Su sed de aventuras le llevó a navegar 1.000 kilómetros por las rápidas aguas del Río Plata, de Denver a Omaha (Estados Unidos) en una embarcación de fabricación casera. Después viajó a Esmirna (ahora Izmir), en la costa occidental de Turquía y fue hecho prisionero por los turcos.
De nuevo en Estados' Unidos, se incorporó a la expedición Hancock como explorador y rastreador. En el “Far West” conoció al famoso pistolero Wild Bill Hickok y fue testigo de las guerras indias. De todo esto informó en crónicas que publicó como “free lance” en varios periódicos.
Iba a sentar los cimientos de su fama cuando, ya contratado por el diario Herald de Nueva York, formó parte de la expedición de castigo que los ingleses enviaron contra Theodore, emperador de Abisinia (o Etiopía, Africa oriental), que furioso por un supuesto desaire de la reina Victoria, retuvo durante años a un grupo de diplomáticos británicos y sus familias.

¿El doctor Livingstone, presumo?

También cubrió Stanley en Madrid, en 1869, los alzamientos republicanos que entonces convulsionaban a España. Durante su estancia en la capital española vivió en la calle de la Cruz.
La hazaña que le hizo ingresar en la historia fue el descubrimiento del médico  David Livingstone (1813-1873) en las solitarias riberas del lago Tanganika, después de que el hasta entonces más famoso explorador de Inglaterra permaneciera perdido durante varios años.
Allí fue cuando Henry Norton Stanley pronunció la frase que le perseguíría hasta el resto de sus días y le definiría, incluso después de su muerte, ante millones de seres que quizá de otro modo jamás hubieran oído hablar de él: “Doctor Livingstone, presumo…” (“Doctor Livingstone, I presume?”).
Stanley descubrió en otras expediciones al Africa los lagos Victoria, Uganda, Alberto y Leopoldo.
Publicó once libros y centenares de folletos y artículos, se hizo mundialmente famoso, recibió premios y honores y fue honrado con el tratamiento de Sir.
Pero también se le calumnió, denostó y criticó acerbamente, relacionándose!e con el que según Bierman fue "el acto más importante de piratería geopolítica del siglo XIX: la creación del Estado Libre del Congo (hoy Zaire) con su patrón, el rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909)”.
En la pormenorizada biografía de John Bierman se califica a Henry Morton Stanley de ejemplo de las primeras exploraciones al Africa, que constituyeron para los ingleses del siglo XIX una aventura análoga a los viajes espaciales de nuestra era.
“Stanley fue un autodidacta que, imbuido del triunfalismo de la cultura británica, conquistó un continente con su audacia, los recursos económicos de sus patrocinadores y su simple afición a la lucha sangrienta”, dice Bierman.

Un confuso continente

En “La leyenda de Henry Stanley”, Bierman lleva al lector al interior del hombre y a la vasta tierra que él descubrió. En una región que, como decía el escritor inglés Graham Greene (1904-1991), permanece en muchas formas como lo que fue para los ingleses victorianos: “un confuso continente inexplorado con la  forma de un corazón humano”.
Bierman no quiere a Stanley y lo muestra en su libro. “Fue un símbolo de su época –dice-: era prepotente, fanfarrón, hipócrita y mentiroso", aunque se ve  obligado a reconocer que el gran explorador fue un individuo firme, valeroso, resistente, poseedor de infinidad de recursos...: un jefe inspirado.
Quizá la más larga y más difícil exploración del bastardo galés John Rowlands, o Sir Henry Morton Stanley, fue la que emprendió por su fuero interno desde los duros comienzos de su vida, huyendo de una sociedad en la cual se sentía profundamente incómodo y buscando siempre la dignidad propia.

© José Luis Alvarez Fermosel

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