Hace poco volví a comer en Madrid naranjas
exquisitas, frías, recién sacadas de la nevera. Y volví a mi lejana niñez, cuando mi abuela materna y yo
las comíamos en ensalada, cortadas en rodajas y aliñadas con aceite y sal. Yo
todavía suelo comerlas de postre, también cortadas en ruedas y con un chorro de
Cointreau, un licor que se hace precisamente de naranjas.
He comido naranjas en casi todos los
países productores de esa deliciosa fruta mediterránea, pero ninguna como las
que comí en Madrid, ya de niño, sin que que con esto quiera decir que fueran
del propio Madrid; lo más probable es que llegaran alli de otros lugares.
Al cabo de tantos años me encontré, ya
dije, en Madrid, en plena sierra madrileña, para ser precisos, comiendo con mi
mujer, Maite, y mis hijos Juan Ignacio y María Soledad unas naranjas de
primerísima calidad, de cáscara de cierto grosor y carne prieta y jugosa, ni
dulce ni ácida.
La gata de mi hija, Ratatouille, y la
perra casi recién nacida Xciki –de raza “Jack Russell”- de mi hijo nos miraban
como diciendo: “¡Qué cosas más raras come esta gente!”.
El destornillador
La naranja exprimida da un zumo riquísimo,
que se puede alegrar con un chorro de vodka, y así tendremos un sencillo pero
tonificante cóctel llamado destornillador, traducido literalmente del inglés
“screw driver”.
Además del Cointreau, con naranjas se hace
también el Curacao, un licor dulce elaborado originalmente por los holandeses a
partir de naranjas amargas de la isla de Curacao. El Grand Marnier se hace en
Francia con base de brandy y saborizado con naranjas. El “Forbidden Fruit” es
un licor estadounidense de color dorado, hecho de pomelo y naranjas con miel.
El “Nassau Orange”, delicado, ambarino, se hace en Holanda con naranjas
amargas.
Con naranjas se elaboran también bebidas
sin alcohol de las llamadas deportivas.
La naranja es un hespérido carnoso de
cáscara más o menos gruesa, originario de India, Vietnam y el sureste de China.
Su pulpa está formada típicamente por once gajos llenos de jugo, que contiene
mucha vitamina C, flavonoides y aceites esenciales,
Hay muchas variedades de naranjas. Una de
las más apreciadas es la “naranja de ombligo”, procedente de una mutación
ocurrida en 1820 en un huerto de naranjas dulces de un monasterio de Brasíl. De
esta variedad, que se denomina en inglés “navel” se derivan otras, como la
“navelina” y la “navel late”, o naranja tardía.
La naranja mecánica
Podemos decir, sin pecar de heterodoxos ni
de exagerados, que la naranja ha influido en la literatura.
El escritor británico Anthony Burgess
publicó en 1962 “A clockwork orange”, “La naranja mecánica”, una de las
primeras novelas distópicas en la que a la manera del James Joyce de “Ulises”
el lenguaje se torna difícil al insertarse en él palabras de otros idiomas y
otras carentes de significado. Stanley Kubrick filmó en 1971 una película con
el mismo título.
Sucedieron a “La naranja mecánica” otras
novelas distópicas, como “1984”, de George Orwell y “Un mundo feliz”, de Aldoux
Huxley, también ingleses.
Uno prefiere la poesía a la distopía, la
verdad. La poesía del tango, ¿por qué no? Por eso traemos aquí como coda,
aunque un poco por lo pelos, es verdad, el tango “Naranjo en flor”, con letra
de Homero Expósito y música de su hermano Virgilio. Fue inmortalizado por
Roberto Goyeneche, “El Polaco” inmortal.
“Naranjo en flor” habla de los
sufrimientos que ocasionan los desengaños amorosos. Siempre se dijo que Homero
Expósito padecía mal de amor cuando escribió la letra de este espléndido tango.
Toda
mi vida es el ayer/que me detiene en el/pasado,/eterna y vieja/juventud que me
ha dejado/acobardado/como un pájaro sin luz.
© José Luis Alvarez Fermosel
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