lunes, 17 de febrero de 2014

Frailes zampabollos



Pues buena es la docena del fraile, que tiene 13 huevos.
Este refrán se usa para señalar todo aquello que no es perfecto, o para ser más precisos, lo que es malo o está mal, significa un abuso o deja algo que desear.
Un fraile de la orden de los Mendicantes entró un día en una huevería de un pueblo de España y pidió una docena de huevos; pero lo hizo a su aire, o sea, media docena (seis) para el prior, un tercio de docena (cuatro) para el encargado del refectorio y un cuarto de docena (tres) para él. Total: trece.
Los ingleses tienen su “baker’s dozen”, la docena del panadero o la “devil’s dozen”, la docena del diablo.

Gordos, jocundos, lustrosos…

En España hubo hace siglos frailes y monjes muy dados a los placeres del mundo y de la carne.
Había unos, gordos, jocundos, de lustrosos mofletes, comilones y bebedores a los que se llamaba bigardos
Los bigardos fueron monjes herejes de la orden de San Francisco, es decir, franciscanos. A su cabeza estuvo un tal Pedro Juan, que parece ser que se las traía.
Esta orden bigarda se extendió a Francia, aposentándose entre Toulouse y Narbonne.
Vivían con mucha más libertad de lo que era común en esos tiempos. Y comían y bebían… ¡liberalmente!, de modo que estaban todos tan rollizos, lucidos y sonrosados que daba gusto verlos.
De las historias que se contaban sobre estos bigardos se surtió Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, destacada figura literaria de la poesía castellana, para escribir la obra más importante de su época (siglo XIV), El libro del Buen Amor.

Los viajeros de Vitoria

Otro refrán sostiene Líbreme Dios del aire colado y del fraile colorado.
El fraile colorado es el clásico zampabollos, más afecto a la mesa que a la misa, enredador y bailón.
En toda Guipúzcoa es muy conocida la historia de dos de esos frailes que iban discutiendo por un camino vecinal y se toparon con un molinero al que preguntaron:
- ¿Cuánto tardaría una piedra tirada desde la luna en llegar a la tierra?
- Una piedra, no sé; pero si a las once y media se lanzase a un fraile de la luna a la tierra, a las doce ya estaría sentado a la mesa, poniéndose la servilleta –contestó el interpelado.
Recuérdese aquel artículo, magistral como todos los suyos, de Mariano José de Larra: Nadie pase sin hablar al portero o los viajeros de Vitoria.
Unos sanos y bien portados frailes ofician de aduaneros por su cuenta y riesgo y detienen en Vitoria, capital de Alava -otra de las tres provincias vascongadas-, un carruaje que viene de Francia con dos viajeros, uno español y el otro francés.
- ¡Ah!, una partida de relojes; a ver… London… ése será el nombre del fabricante. ¿Qué es esto? –barbota uno de los frailes.
- Relojes para un amigo relojero que tengo en Madrid.
- ¡De comiso! –dijo el padre, y al decir de comiso, cada circunstante cogió un reloj, y metióselo en la faltriquera. Es fama que hubo alguno que adelantó la hora del suyo para que llegara más pronto la del refectorio.      
Oh, frailes, oh, costumbres…

© José Luis Alvarez Fermosel

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