lunes, 16 de junio de 2014

Cuando el espíritu queda



Ha muerto Mario Ceretti, un hombre talentoso y culto, un periodista y escritor de pluma afilada –con la que no hirió a nadie- y una persona buena y generosa que supo hacer muchos y muy buenos amigos, que hoy lamentamos su desaparición física con toda el alma. Su espíritu, su esencia se quedan entre nosotros.
Fue uno de mis primeros y mejores amigos argentinos. Aprendí a quererle, a admirarle y a respetarle según lo fui tratando, primero en lo profesional y luego en lo humano, donde descolló por sus muchas y buenas cualidades, tan difíciles de hallar hoy en día, por desgracia.
En estos momentos dolorosos me consuela pensar que vivió una larga y fecunda vida, tal como él quiso vivirla, es decir, muy bien, en todos los sentidos. Aguantó a pie firme, como un bravo, los golpes que recibió. Derrochó bondad, afecto, esplendidez, gracia.
Desarrolló una carrera constelada de éxitos y reconocimientos, escribió libros, viajó por una buena parte del mundo, dio rienda suelta a sus gustos y aficiones, la gastronomía entre ellas: era un “gourmet” exquisito.
Tuvo un restaurante en sociedad con su amigo de toda la vida Yogui González Luquet, que frecuentamos hasta que lo cerraron y se fueron los dos a Merlo, donde convirtieron en placentera realidad el “beatus ille” de Horacio.
Mario era muy culto -ya lo hemos dicho- y tenía una excepcional facilidad para los idiomas: hablaba y escribía a la perfección más de media docena de ellos.
Era una de esas personas de antes: un hombre con estilo y, además, todo corazón. Tenía un afán siempre latente por hacer el bien, por ayudar.
Nunca le dio importancia a sus logros profesionales, que fueron muchos.
Su espíritu queda. Como dijo su sobrina Alicia Lo Bianco, siempre estará en nuestras vidas. 

© José Luis Alvarez Fermosel

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