viernes, 6 de junio de 2014

El concepto justo y el ejemplo existencial



¿Qué mejor que extraer, en la celebración del Día del Periodista en Argentina, algunos conceptos del discurso de ingreso en la Academia Nacional de Periodismo de ese maestro y espejo de profesionales de la información que fue Martín Allica?
Evocamos a Martín, corpulento, barbado, jocundo, acaso pope en otra vida -su sortija de obispo, comprada en El Cairo-, Júpiter tonante de mentirijillas, cultísismo, poliglota, amigo nuestro desde que llegamos a Buenos Aires, con quien compartimos horas felices y otras no tanto en la turbulenta marejada de los que quizas fueron los años más difíciles de la historia reciente de este ubérrimo país, sistemáticamente mal administrado y mal gobernado.
Martín nos dejo prematuramente, por desgracia, hace algunos años, cuando aún cabía esperar muchas muestras de su ingenio, su “savoir faire”, su calidad y su calidez. Porque era tan buen ser humano como buen periodista.
Martín Allica afirmó en su discurso –en el que tuvo la gentileza de nombrarme- que los primeros cronistas de la era cristiana fueron Mateo, Marcos, Lucas y Juan “(…) que no sabían de globalizaciones, sino de universalización en la Palabra de Vida eterna, ni dextrógira ni sinistrógira”.
Allica recordó que los cuatro evangelistas fueron tenaces hasta el martirio por defender los verdaderos derechos fraternos, a principiar por los pobres, los débiles, los enfermos, los desclasados y los considerados extranjeros y despreciables.
¡Qué bueno sería que, como los bíblicos reporteros citados, recusáramos la mentira, el lenguaje soez como prenda de la herejía (es un decir) reduccionista del idioma, la chismología, la chabacanería, el mercenarismo, el oportunismo, la difamación, el libelo, la extorsión y el exhibicionismo!
Para Martín Allica, la primera obligación del periodista tendría que ser proteger y ayudar con el don del concepto justo y el ejemplo existencial.
“Serían los recipiendarios de nuestra protección -enumeraba el académico en su discurso-, todos los sentenciados  a remar en las galeras de la ignorancia, el abandono, la idolatría del consumismo, el trabajo indecente o ilegal, la cursilería que rebaja la dignidad del mensajero y el destinatario, el pauperismo y la discriminación de cualquier género, la indisponibilidad al diálogo, la desinformación ilustrada y aun la tortura psicológica del semejante premiada con una recompensa metálica, porque la misión del Maestro y de sus comunicadores sociales fue la de redimirnos y enaltecernos en la verdad y como vehículos de esa verdad que aproxima”.
Lo anterior forma parte de la deontología del periodismo desde el punto de vista de un hombre de acendrada fe católica que, empero, respetaba a quienes profesaban otros credos o posturas filosóficas, e incluso a los agnósticos.
Los periodistas somos la infantería de las letras, pero eso no nos exime, al contrario, ha de impulsarnos a hacer literatura, hablo de literatura en serio, no de lírica fácil, ni del pedantesco alambicamiento de los falsos intelectuales de gafas cuadradas con montura negra de Martin Nahra.

La verdadera literatura

La verdadera literatura, como la auténtica delicadeza, está casi siempre en las cosas pequeñas, en apariencia poco importantes, en los detalles. Hay que peraltar el detalle, de modo de conseguir la mágica profundidad del cuadro vital. Stendhal decía que no hay originalidad más que en el detalle.
Otro querido escritor, que volcó quizás lo mejor de su producción en los periódicos, siempre extramuros de las redacciones, fue César González-Ruano, cronista tenaz y fascinante de la nostalgia y las pequeñas cosas de la vida.
Lo citamos con frecuencia en estas páginas porque tuvimos la suerte de conocerlo en Madrid y forjar una amistad, a pesar de la diferencia de edad que nos separaba. Aprendimos mucho de su andadura profesional y vital.
González-Ruano amparó siempre su labor literaria de escritor de diarios bajo esta frase de Racine: “Toute l’invention consiste à faire quelque chose de rien”. Toda la invención consiste en hacer cualquier cosa de la nada.
Si uno tiene la suerte de ser un periodista a quien sus mandantes le permiten que escriba de lo que quiera –después de haber hecho su noviciado-, debe preferir los temas pequeños a los grandes. Y, naturalmente, no ser objetivo, en contra de lo que predican los capataces del oficio. La clave está en la subjetividad.
Por último, recuerdo en este Día del Periodista a los compañeros que ya no están. Unos fueron amigos del alma, con otros disentimos. Algunos, como Hemingway, supieron dejar el periodismo a tiempo. Otros murieron en acción. Otros siguen en la brecha, aquí y en la otra orilla. No olvidaré a ninguno de ellos.
A los jóvenes, a los que empiezan, les deseo que tengan aciertos y éxitos; que levanten una desusada bandera de concordia, sin que ello signifique que no tengan que denunciar lo que hay que denunciar y criticar lo que hay que criticar.
“El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal”, escribió Mariano Moreno en La Gazeta de Buenos-Ayres, el primer periódico de la independencia, que él fundó el 7 de junio de 1810.
¡Feliz Día del Periodista para todos!

© José Luis Alvarez Fermosel

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