sábado, 24 de diciembre de 2011

Las Navidades españolas

Me dice un amigo argentino el día de Nochebuena:
- Yo no sé como no reventamos nosotros comiendo en estos días las cosas que comemos, tan indigestas algunas como lechón asado frío, ¡a veces a 30 grados de temperatura sobre cero! Vosotros lo coméis en España a varios grados bajo cero, nevando y el cerdo ardiendo, recién salido del horno, como es lógico.
Corrijo amablemente a mi amigo, diciéndole que el cochinillo al horno no forma parte del menú navideño español, que con las variantes lógicas, marcadas por los diferentes gustos –de los nativos y de los inmigrantes-, se compone básicamente, o se componía de fiambres, sopa de almendras, besugo al horno, lombarda o repollo colorado, pavo, o pollo, o pato a la naranja o carne rellena, quesos y los consabidos turrones, el duro, el blando y el mazapán de Toledo hecho a base de almendras.
Tampoco falta el “cascajo”, es decir, las nueces, las almendras, las avellanas, los pistachos, los piñones, las frutas secas. El pan dulce vino después, de Italia.
Se bebe vino blanco, tinto y cava, que es como hay que llamar al champán en España desde hace ya varios años por eso de las denominaciones de origen. Con el café, licores fuertes, especialmente coñac y anís.

Batiburrillo

Al menos, ese era el menú clásico de mis años juveniles. Mis hijos, que viven en Madrid desde hace tiempo, me dicen que ahora cada uno come lo que le parece en las fiestas de Navidad, y que ya casi no existe el tipismo gastronómico que caracterizaba estas fechas.
Además, influye la posición económica de los comensales. De modo que en unas mesas reina, y no está mal empleado el verbo, creo yo, el faisán -ave digna de reyes que cazan aristócratas con escopetas inglesas-, el ciervo y otras carnes de caza, los mariscos más exquisitos y, naturalmente, el caviar y en otras el popular chorizo de cantimpalo, la tortilla de patata y el rabo de res al vino tinto, lo cual no es ninguna tontería.
Otros bolsillos apenas tienen acceso a algún fiambre y un guiso. Pero pobres y ricos, eso si, cueste lo que cueste, no prescinden  del turrón.
Suenan los villancicos, y las canciones de Navidad estadounidenses, sobre todo “Blanca Navidad” en la voz del insípido Bing Crosby, que canta también otra –o a lo mejor es la misma-  que dice que  tenemos que nevar: “Let’s snow, let’s snow, let’s snow…”

El pesebre

En todas las casas, y también de acuerdo con las posibilidades económicas, se armaba el nacimiento -que en Latinoamérica se llama pesebre-, con las figuras del niño Jesús, la Vírgen, San José, los tres Reyes Magos que venían de Oriente con regalos valiosos para el niño Dios, como oro, incienso y mirra, pastores, ovejas, caballos…
El árbol de Navidad, Papa Noel o Santa Claus -que es lo mismo, o el mismo-, por la influencia de las películas norteamericanas sustituyó al nacimiento, o pesebre; y fueron enredándose cultos, leyendas, tradiciones y mitos de varios países y culturas.
De modo que si besabas a la chica de la que estabas enamorado bajo la corona de muérdago –la planta sagrada de los antiguos druidas- clavada en una pared, o en una puerta te casabas con ella, o sí o sí. A mí no me resultó, pero di unos cuantos besos.
Otro atractivo de estas fiestas eran las vacaciones de invierno, y la nieve que alfombraba de blanco el jardín. El frío helaba el agua de la fuente y convertía su chorro en carámbano.
Las familias muy católicas iban a la Misa del Gallo, a las doce de la noche del 24 de diciembre. Cuando regresaban, ateridas, le daban al brandy que era un contento
Los chicos pedían unas monedas, a las que llamaban aguinaldo.
Algo más que monedas daba el premio Gordo del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad. Este año salió en Argentina el 39258, dotado con 20 millones de pesos. En España, el premio mayor repartió cuatro millones de euros –una cantidad aproximada en dólares- en una pequeña localidad de Huesca, una de las tres provincias de Aragón (Zaragoza, Huesca y Teruel, al Este de la Península).
El tañido de las campanas de las iglesias se juntaba con el tin tin de las panderetas de los niños en las calles barridas por el cierzo.
A nosotros nos encantaba que nuestros abuelos nos contaran historias de hazañas de gentes de capa y espada, al lado de la chimenea encendida.
Aquella niña extraña de ojos tan claros que parecían de agua se empeñaba en convencernos de que había visto en una azotea a una señora mayor vistiendo a una muñeca con un traje de baño.

© José Luis Alvarez Fermosel

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