sábado, 23 de junio de 2012

La noche de San Juan


Los antiguos celtas llamaban Alban Heruin al festival de la noche de San Juan. Su significado primordial era celebrar el instante en que el Sol se hallaba en su máximo esplendor.
Cuando duraba más tiempo en el cielo y mostraba su máximo poder a los hombres, ese era el día que alcanzaba su mayor plenitud y, al mismo tiempo, cuando empezaba a decrecer, desplazándose lentamente hacia su muerte en el solsticio de Invierno.
Se encendían entonces hogueras para celebrar ese poder del Sol y compartir su fuerza con él; para alabarlo y, simultáneamente, para atraer su bendición sobre hombres, animales y campos.
Resulta muy peculiar la asociación de este festival a las corrientes de amor y pequeños rituales destinados a obtener pareja o a conservarla.

El ensalzamiento del fuego

Muchas son las ceremonias propias de la Noche de San Juan, la víspera del 24 de Junio, pero todos giran en torno al ensalzamiento del fuego. De hecho, éste es el festival por antonomasia, hasta el extremo de que el culto pagano a la lumbrada se conservó más que otras fiestas; y la costumbre popular mantuvo su práctica en el cristianismo, aunque éste nunca pudiera dar una explicación religiosa convincente de dicho hábito.
La noche del solsticio es realmente la del 21 de Junio, aunque la Iglesia lo adaptó a la festividad de San Juan.
Otra de las costumbres que dio a esta fiesta el apelativo de verbena fue la practicada en algunos lugares por las mozas casaderas, consistente en recoger flor de verbena a las doce de la noche la víspera de San Juan, en la creencia de que así conseguirían el amor del deseado por su corazón. Igualmente existían numerosos ritos y filtros de amor en torno a dicha planta.
De la pareja que saltaba unida por la manos una hoguera se decía que se procuraba así felicidad y buena fortuna.

Guirnaldas y talismanes

Según otra costumbre, las mozas arrojaban por encima de las llamas a sus parejas guirnaldas trenzadas por ellas mismas. Sus amados tenían que atraparlas en el aire antes de que cayeran al fuego. Esas tiaras se guardaban como talismanes de buena fortuna, y ocasionalmente se quemaba alguna cinta en el hogar, a fin de lograr protección a sus habitantes y animales de labor.
En las ciudades con puerto de mar algunos grupos se introducen en las olas, tras sus ceremonias, comulgando por un corto tiempo con el agua y recibiendo de ella otro tipo de fuerza que sólo puede reconocerse como netamente femenina y vinculada con la simbología  de la diosa Fortuna.

© José Luis Alvarez Fermosel

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