miércoles, 27 de junio de 2012

El reloj de Samaral

Me he sacado el reloj y lo he puesto sobre mi mesa de trabajo, encima de una gran agenda roja, junto a la computadora. 
Es un reloj no muy grande, de acero, sólido, entre deportivo y de vestir, con el segundero rojo y sólo las manillas fosforescentes; con una correa de goma que no es la original que formaba parte del cuerpo del reloj, o mejor dicho de la esfera, y cuando se rompió pensé que no podría reemplazarla y me quedaría sin poder usar el reloj.
Pero encontré una relojera muy hábil en la calle de la Libertad, aquí, en Buenos Aires, que hizo un arreglo estupendo y puedo seguir luciendo mi reloj, marca Marea –todavía no lo había dicho-, con números arábigos, que es como me gustan a mí los relojes.
Tengo más, unos pocos más, en realidad; sólo uno o dos de ellos son caros, porque no soy coleccionista, sino un acopiador compulsivo de relojes, plumas estilográficas, cuadernos de todas las formas y tamaños, gemelos para los puños de las camisas –que ya no se llevan- y alguna que otra cosa pequeña y rara.
Mi reloj Marea es uno de mis preferidos, porque lo compré en Madrid, por un unos pocos euros.
Además, lo adquirí en Samaral, en el número siete de la Gran Vía, donde Mario Lozano y yo comprábamos las corbatas, poco menos desde que empezamos a llevarlas. Tampoco se usan más. Yo tengo una azul oscuro con rayas y diminutos escudos de Madrid bordados. Comprada en Samaral, naturalmente.

De todo como en botica

Samaral es, o era –¡con qué tristeza decimos era…!- una gran tienda lujosa y variopinta en la que había de todo como en botica, además de relojes y corbatas: indumentaria para señoras y caballeros –indumentaria exquisita-, joyas, bloques de notas con tapas de cuero de Rusia, pisapeles de ónice, billeteras de piel de avestruz, objetos para regalo de tema náutico, como sextantes, tablas de madera con nudos marineros incrustados y mil y una quisicosas más, todas de muy buen gusto y algunas no excesivamente caras.
Samaral era un hito en la Gran Vía, cerca de la calle de Alcalá.
Yo compraba siempre algo en Samaral cuado iba a Madrid, viniera de donde viniera y aunque no necesitara nada. Era un rito, una manía, casi una superstición.
A los quince años, mi hijo Juan Ignacio, en su primer viaje a Madrid, se empeñaba en adquirir un bastón estoque mientras que su hermana, María Soledad, un año menor, se interesaba por una cajita de música de esmalte azul y oro.
En la planta baja estaban los mostradores vitrina. Los vendedores vestían como maniquíes y tenían modales de diplomático. Arriba estaban los trajes, las camisas, los zapatos, los sombreros…, tweed y seda china pintada a mano, ébano, cuero, cerámica…

Lo funcional

La mayoría de los objetos exóticos, valiosos, diseñados por artistas, originales que vendía Samaral perdieron el interés para muchos, para quienes lo bueno comenzaba a ser –ya lo es- lo práctico, lo funcional, como las ojotas, las parkas, las camisetas, los pantalones vaqueros y los innumerables gadgets de la moderna tecnología de las comunicaciones, tan lejos, por ejemplo, de (…) las lamparitas amarillas, los “bibelots”de las repisas y las mesitas laqueadas de azul de la novela “Cuarto”, de Carmen Martín Gaite, o las esotéricas extravagancias que Ramón Gómez de la Serna atesoraba en su torre de marfil de la calle Velázquez de Madrid y en la de Hipólito Yrigoyen de Buenos Aires.
En la entrada principal de Samaral –fundada en 1934 por la familia Pérez de Santa María- hay ahora unas cajas de cartón apiladas en desorden, una escalera de mano manchada de ocre, unos palos cruzados y un cubo de aluminio con una bayeta dentro del agua sucia.
En la puerta de atrás, la que da a Caballero de Gracia, hay un cierre metálico echado, todo malamente percudido con aerosol. Dentro está el esqueleto de la que fue la tienda más elegante de la Gran Vía y de Madrid.
Los ritos se mezclan con los hitos, los mitos, los hábitos, el pasado y los recuerdos. Somos lo que recordamos, o lo que nos recuerda.
Mi reloj Marea de Samaral sigue en mi mesa, al lado de la computadora. Me da la impresión de que marca las horas con cierta sordina melancólica.

© José Luis Alvarez Fermosel

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