No sé por qué vino hoy a la luz tenue y lánguida del recuerdo la Panderola: un trencito como de juguete, de casa de muñecas que recorría parte del casco urbano de Castellón de la Plana, capital de una de las tres provincias (Valencia, Castellón y Alicante) de la comunidad autónoma valenciana, frente a Palma de Mallorca, una de las islas del archipiélago de las Baleares.
Su denominación original era Tranvía de Vapor de Onda al Grao de Castellón (TVOGC). Sus servicios cubrieron las necesidades de transporte de una zona del Mediterráneo, en una época en la que el ferrocarril no estaba tan adelantado como ahora, cuando el AVE (Tren de Alta Velocidad) tarda sólo 95 minutos en recorrer los 391 kilómetros que separan Madrid de Valencia, desplazándose a casi 300 kilómetros por hora.
Pasó el tiempo pero la Panderola se quedó en Castellón, formando parte de su historia, su folklore y transformada en un atracción más para el turismo; conducida por un viejo maquinista, al que quizás ayudara un fogonero como los que alimentaban con troncos las calderas de las viejas locomotoras Santa Fe de la Union Pacific, en el Lejano Oeste americano.
Inspiró versos y canciones. José María Peris fue autor de una de las más populares, que se escuchó en toda Valencia. Vicente Nicolau García escribió con vena reminiscente y sentimental, para la Universitat Jaume I de Castellón de la Plana, un Proyecto de Investigación –una interesante monografía- acerca del diminuto tren que cruzó durante 75 años al ralenti las calles y plazas de Castellón despidiendo humo y carbonilla, pese a lo cual se ganó la simpatía y el cariño de sus habitantes.
El oxidado pitido de La Panderola chirriaba en la calmachicha de las tardes lentas y cálidas de la ciudad, cuyos marjales separa del mar la restinga de la playa del Pinar.
No faltaba algún transeúnte que le dijera a su mujer, o a quienquiera que fuera con él: “¡Mira, ahí va la Panderola!”
La Panderola le imprimió color y calor a Castellón de la Plana cruzando la ciudad por trocha angosta, con las agudas crestas de las Agujas de Santa Agueda al fondo, cerca de Benicasim.
Abandonó los rieles para siempre el primero de setiembre de 1963. Fue expuesta hasta finales del siglo XX en el parque Ribalta, como homenaje decorativo y de recreo para los niños. Ahora está en el Parque de la Panderola, en el puerto de Castellón.
Soñar no cuesta dinero
Cuando vivía en España, siempre que iba a Castellón, donde mi familia tenía amigos, hacía un viajecito en la Panderola.
Era un niño novelero y soñador. A veces, en un asiento de baqueteada gutapercha del último vagón, pensaba que a lo mejor la Panderola me llevaba algún día al país de mis sueños. Repicaban las campanadas de la Arciprestal. Hacía calor y olía a flor de naranjo.
Muchos años más tarde Christy Kulik, la novia holandesa que tenía entonces, aquélla que me hizo un retrato al pastel, me dijo con su voz de contralto:
“Deja ya de engañarte, al país de tus sueños no parte barco ni tren…”.
Residiendo ya en Londres, en un viaje de vacaciones de Semana Santa que hice a Madrid, me enteré por un amigo de Castellón que la entrañable Panderola había dejado de renquear hacía mucho tiempo por la hermosa ciudad situada a la vera del “mare nostrum”.
De Christy Kulik, aquélla que me hizo un retrato al pastel, supe que después de que se acabó lo nuestro se casó con un ingeniero de caminos, canales y puertos en Estrasburgo. Eso es lo bueno que tengo yo, que las caso a todas.
Nunca iré al país de mis sueños. Nunca va nadie, ni en barco ni en tren; ni siquiera en avión, el menos romántico de los medios de transporte.
“Hélas”!
© José Luis Alvarez Fermosel
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