Releo Tomás y el impostor, de Jean
Cocteau. Y recuerdo una anécdota que lo relaciona con Jean Gabriel Domergue, César González-Ruano,
mi padre y un quinto personaje -last but not least-, cuyo nombre me
reservo hasta el final.
Cocteau cultivó con éxito la novela, el ensayo,
la poesía, el drama; escribió guiones para cine, dirigió películas y ballets
y pintó, también con fortuna.
Se identificó con el surrealismo y
corrientes fantásticas de todos los tiempos. Como pintor se destacó por sus
murales de la capilla de Saint Pierre, en Villefranche–Sur–Mer.
Cocteau y mi padre se vieron varias veces
en París y en Madrid. Mi padre fue toda su vida director artístico de la Real
Fábrica de Tapices y Alfombras de Madrid, en la que restauró los famosos
tapices de Pastrana -al sur de Guadalajara (Comunidad Autónoma de Castilla-La
Mancha), a 95 kilómetros de Madrid- y trabajó con cartones de Goya y Bayeu.
Cocteau quería unos tapices de estilo goyesco
para decorar un ballet que tenía in mente y cambiaba con
frecuencia opiniones sobre el particular con mi padre, pintor y restaurador
especialista en Goya.
Lo que no recuerdo es si fue mi padre, o
César González-Ruano, quien me lo contó
por primera vez. (César entrevistó a Cocteau en Madrid a finales de los 50).
Años después Carlos Béistegui me contó la
misma anécdota en París; y después otra gente, en varios lugares. Creo que
incluso fue publicada.
No sé dónde ni por qué, pero el caso es que alguien
–probablemente otro periodista- le pidió
a Cocteau que hablara sobre cualquiera de las celebridades que conoció y
trató en su vida. El se refirió al pintor de su misma nacionalidad Jean Gabriel
Domergue, a quien calificó –con su peculiar mordacidad- de pintor de almanaques-.
Domergue tenía un domestique, un
criado, vaya: un hombre instruído, callado, de frente abombada que frecuentaba
en sus ratos libres La Rotonde, donde solía coincidir con Domergue y Cocteau.
Uno u otro le pagaban el café, porque el pobre hombre andaba siempre sin un
franco. Tenía, eso sí, una fuerte vocación política.
Siempre decía que había que derrocar al
gobierno de Rusia. “¡Eso queremos todos!”, exclamaba Cocteau.
El domestique de Domergue era
Vladimir Ilich Uliánov, o sea, Lenin.
© José Luis Alvarez Fermosel
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