martes, 24 de septiembre de 2013

Murió otro hombre bueno



Se nos ha ido Alvaro Mutis, uno de los escritores latinoamericanos de más trascendencia y repercusión. Y, desde luego, el más europeo.
Abrevó en el periodismo, como todos (Radio el Mundo, El Espectador) en su Colombia natal. Una de sus regiones, Tolima, en la que vivió, le marcó de tal manera que escribió: “Tolima fue la sustancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas”.
Casi ya está dicho todo, entonces: su capacidad para soñar mundos con melodía -a diferencia de los mundos sin melodía de Agustín de Foxá, otro poeta excelso-, su sentido y sentir telúrico: la tierra, el mar y Maqroll el Gaviero, personaje entrañable.
Poeta de la desesperanza, la soledad y el desarraigo, fue un hombre, más que límpido, refulgente como un espejo al que no puede nublar ninguna desesperanza.
Quizás él mismo lo explicó cuando dijo: “A mayor lucidez mayor desesperanza y a mayor desesperanza mayor posibilidad de lucidez”.
No le fue ajeno algún defecto de la especie.
Se entregó al goce sagrado de lo efímero, y lo reconoció. Era hombre de tierra adentro y cafetal. El mar le agradece eternamente haber creado a Maqroll.
Le conocí en México hace un millón de años, o cinco minutos. Era naturalmente simpático y nadie ni nada pudo quitarle nunca la alegría de vivir -¡cómo le gustaría leer esto a Alfonso Paso, que sostenía que nos pueden robar todo en esta vida menos la alegría de vivir!-.
Amante de la buena mesa y las tertulias, no había fiesta a la que asistiera de la que no se convirtiera en el rey, a las primeras de cambio. Las mujeres se volvían locas por él.
Julio Cebrián no le daba valor a la simpatía, quizás porque él es humorista y casi todos los humoristas son antipáticos. Yo creo que la simpatía es algo, por lo general congénito, que tiene mucho que ver con el estilo, con el que también se nace. Y Alvaro tenía estilo, tal vez por eso era simpático.
Escribió cuanto quiso y de lo que quiso, mucho mejor que otros que se encumbraron, o a los que encumbraron. Recibió, entre varios más, el premio Cervantes, el más importante de las letras hispanas.
Era una buena persona que sabía hacer versos y jugar al billar.
¿Por qué tendrán que morirse siempre las buenas personas?

© José Luis Alvarez Fermosel

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