Desaparece
Pepe Eliaschev, buen periodista, buen amigo, hombre de bien. Desaparece víctima
de un cáncer de páncreas. Tenía 69 años. Era joven todavía. Podían esperarse aún
muchas y muy buenas cosas de él. Desaparece siendo aún joven, ya digo, y
dejando el recuerdo de su redundante bondad.
Tenía
una buena pluma y una sonrisa triste que por elegante educación parecía alegre.
Muere
de esa maldita enfermedad para la que, parece mentira, sigue sin haber remedio,
con lo que ha avanzado la medicina en los últimos años.
Me
cuentan que se enteró del mal que le esperaba para matarlo, agazapado en sus
entrañas, haciendo su programa de radio. Me dicen sus compañeros que no se le
movió ni un músculo de la cara y siguió con el programa adelante como si nada.
Eso da la medida de un hombre.
De
un hombre de otros tiempos, perteneciente a un grupo de colegas y amigos que
hacíamos una fiesta de la vida, que queríamos escoger el camino más largo, como
decía Platón. No es una frase. Platón no había leído a Oscar Wilde.
Nos
deja Pepe, que escogió el camino de la integridad. Ni el más corto ni el más
largo. El más difícil.
© José Luis Alvarez Fermosel
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