domingo, 18 de enero de 2009

Las piernas de mirada indiscreta

Viajaba yo el otro día en el metro –en Buenos Aires le llaman subte, apócope de subterráneo, como metro lo es de metropolitano; transporte subterráneo metropolitano-.
En enero, pleno verano en Argentina, el calor es asfixiante, el porcentaje de humedad en el ambiente muy alto y la presión atmosférica muy baja. Así que viajar en subte –desde ahora lo llamaré así- en esas condiciones no es lo mejor. Pero a veces tiene uno la suerte de que en su vagón haya aire acondicionado y, para colmo de bienes, no esté abarrotado de gente.
En cualquier ciudad en la que me encuentre siempre uso el metro como medio de transporte. Es el mejor, a mi juicio, el más rápido y el más directo. Algunos, como los de Madrid, París, Londres y Nueva Yorek, recorren casi toda la ciudad y prestan muy buen servicio. Dicen que el de Moscú es precioso. No lo sé. Nunca he estado en Moscú.
Pero vamos a los hechos, ya sin más dilación. Estábamos en que viajaba yo en el subte de Buenos Aires una tarde de verano, de una punta de la ciudad a la otra.
Mi vagón no estaba lleno, cosa rara. Dos filas de asientos, paralelas y una frente a la otra, mostraban un gran despliegue de piernas femeninas desnudas, correspondientes a mujeres, la mayoría muy jóvenes y muy monas.
Las piernas que la gente, y yo, veíamos frente a nosotros, estaban alineadas como soldados en una formación, o poco menos. Cruzadas unas, otras no, largas, esbeltas, otras más cortas, macizas, unas blancas, otras doradas por el sol y brillantes como si estuvieran barnizadas… Todas caían bajo el mismo denominador común: ¡eran hermosas!
No sé si será rigurosamente cierto que las mujeres argentinas sean las más bellas del mundo –yo creo que sí-. Pero no hay duda de que las piernas de todas son preciosas. Quedaba patente el aserto esa tarde en un vagón del subte de Buenos Aires de la línea D.
Excusado es decir que los pasajeros de sexo masculino de toda edad y condición admirábamos más o menos disimuladamente el interesante espectáculo.
Quien no disimulaba, de ningún modo, era un señor de cierta edad, sentado a mi derecha. Elegante, distinguido, con las sienes plateadas, un bigote recortado, miraba con extraordinaria atención las piernas de una muchacha morena, que no llegaría a los treinta años y el resto de cuya anatomía guardaba una armonía perfecta con sus extremidades inferiores -que decía aquél, que era un poco cursi-.
A la chica se la notaba molesta. Cada dos por tres se tiraba de la falda -que era muy corta-, hacia abajo, sin ningún resultado práctico, pues la tela no daba para cubrir ni siquiera una mínima parte de sus bronceados muslos, expuestos a pública subasta, por así decirlo.
El vagón se deslizaba rápidamente por las vías. Un airecillo que llegaba del túnel se colaba por las ventanillas abiertas. El tren paraba unos segundos en cada estación para dar salida y entrada a la gente.
El caballero de mi derecha, que debía pasar largamente de la cincuentena, vestía bien: traje de verano azul, de buen corte, sobre una camisa clara. La corbata, a rayas rojas y azules, no desentonaba, sino todo lo contrario. Zapatos negros, lustrosos. Un clasicismo ortodoxo ya casi periclitado.
De vez en cuando brotaba un chispazo del túnel, quizás producto del roce de las ruedas con las vías. Metal sobre metal.
En un momento dado la morocha de las piernas que tanto admiraba el caballero no pudo más. Le dijo, saltándole chispas de los ojos oscuros y rasgados:
-- ¡Señor, deje usted de mirarme las piernas!
El señor en cuestión enarcó una ceja que, si a la usanza de lejanas épocas hubiera apoyado un monóculo, éste habría caído sobre la inmaculada pechera de su camisa. Inmediatamente respondió, con voz campanuda:
-- ¿Sus piernas? Señorita, yo no miro sus piernas. ¡Son sus piernas las que me miran a mí!


© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Jose Luis :
excelente su relato,coincido con Ud el subte=metro es el mejor medio de transporte en cualquier ciudad del mundo,en todas las ciudades que Ud menciona lo he usado con gran eficiencia(excepción hecha de N.Y. donde nos caminamos todo (viajaba con mi hijo menor de 11 años en ese entonces y le tenia miedo a los homless que lo usan como refugio nocturno) Además le coemnto que donde vive mi hijo Vilassar de Mar el tren con destino Mataró que sale de Barcelona tiene aire acondicionado y música ,además en lugar de bellas piernas Ud puede ir disfrutando de la vista del mar de Mediterráneo de un color azul intenso ,que forma la Costa del Maresme española. Gracias por sus envios
Lo saluda cordialmente. ANA ISABEL

Anónimo dijo...

Ana Isabel: coincidimos también en que nos gusta el metro. El de Nueva York, como bien dices es bastante turbio, en todos los órdenes. ¡Lástima que no podamos ir y venir de Argentina a España en metro y en media hora! Mientras tanto, trataremos de encontrar en alguna vieja almoneda una alfombra voladora. Cariños.