miércoles, 28 de enero de 2009

Toulouse-Lautrec, "gourmet"

Henry de Toulouse-Lautrec, una de las más brillantes figuras de la pintura universal, fue también un gran “gourmet”.
Al evocarlo, siempre se pone el acento en el desaforado consumo de alcohol que hizo a lo largo de su breve vida, y su devenir bohemio por teatros, circos, cafés y burdeles del París canalla y romántico de finales del siglo XIX.
Se arrastró por la vida con un dolor insoportable, por sus piernas quebradas varias veces y mal curadas, lo cual redujo notoriamente su estatura.
Buscó en los amores fáciles, el brandy y la acerada sátira a la sociedad de su tiempo, un lenitivo para la inmensa tristeza que le producía ser visto como un enano feo y deforme.
Fue un pintor genial, que manejó con mano maestra técnicas como la litografía, el grabado y la ilustración de carteles.
Poco conocida fue su condición de “gourmet”. A él se le deben platos como los garbanzos con espinacas –los españoles les añadimos bacalao e inventamos el potaje de Semana Santa-, la perca con anchoas y las ciruelas al ron. Dejándose llevar de su irreprimido sentido del humor, preparó alguna vez saltamontes grillados con sal y pimienta.
Varias recetas regionales, pertenecientes a lo más tradicional de la cocina francesa, fueron recogidas por su amigo Maurice Loyant en la obra La cocina del señor Momo, de la que se imprimieron 100 ejemplares en 1930. El libro fue reeditado en 1966 bajo el título El arte de la cocina, con ilustraciones del mismo Toulouse-Lautrec.
Paul Leclerc, en su Entorno de Toulouse-Lautrec (1921), describe al pintor como un selectivo “gourmet”, para quien el punto exacto de cocción, la calidad de la manteca y las especias eran algo fundamental a la hora de cocinar. (Como buen francés, no se olvidaba de la manteca.)
Era, sabido es, un “connaisseur” de toda clase de vinos y licores. Cuando chasqueaba la lengua contra el paladar y afirmaba que tal o cual vino hacía en la garganta, al llegar a ella, el mismo efecto que la caricia de una pluma de pavo real, el vino en cuestión era digno de beberse.
El asado del “gigot” o la preparación de la langosta a la americana, por ejemplo, no tenían secretos para él.
Leclerc también lo describe como poseedor de una apreciable capacidad de improvisación a la hora de mezclar bebidas espirituosas. En ciertas ocasiones, después de una ronda de tragos fuertes, preparaba unos extraños mejunjes color rosa que parecían más apropiados para alguna señora melindrosa que para sus habituales compañeros de correrías.
Toulouse-Lautrec –siempre según Leclerc- preparó una tarde una suerte de cóctel… “sólido” a base de sardinas, gin y vino de Oporto.
Fue un aristócrata que no ejerció, un pintor extraordinario y un hombre bueno y noble que, a pesar de sus tremendos problemas físicos y espirituales, supo gozar de los placeres terrenos.



© Jósé Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me fascina Toulouse Lautrec. Admiro toda su obra. Me encanta su blog. Serio pero no acartonado ni solemne. Muchas gracias por sus aportes aquí y en la radio. Cariños. Yuly.

Anónimo dijo...

Yuly: muchas gracias a ti por tu gentileza. Tomo buena nota de tu opinión sobre mi blog y mentiría si dejera que no me halaga. Me alegro de que también me escuches por la radio. Cariños.