La actualidad es nuestra frágil rosa
en una hora fresca y marchitada.
Lo que el lunes fue luz, el martes ya es sombra,
que el suceso es el pez de nuestras mallas.
Apenas ayer, los
bártulos, todos los bártulos tan fielmente reproducidos en esta espléndida
fotografía, que no puede ser más expresiva, eran los propios de nuestro oficio,
los que utilizábamos a diario. Eran tan distintivos como un uniforme.
La imagen vale por
las mil palabras que podríamos escribir con esa máquina, casi igual que
cualquiera de las entrañables Hispano Olivetti, modelo Lexicon 80, que
aporreábamos en las redacciones –a las que llamábamos “cuadras”-, siempre de
prisa y corriendo.
Cada tanto nos
interrumpíamos para encender un cigarrillo, atender el teléfono –inoportuno o
providencial-, beber un sorbo de café de recuelo, frío; sacar furiosamente la
hoja tamaño oficio de la máquina, convertirla en un bollo y acudir al
baqueteado block de notas en busca de algo de lo que habíamos escrito en él
minutos antes.
Terminado el
trabajo, si constaba de varias hojas había que unirlas con las grapas, o
broches, de aquellas máquinas enormes que terminaban en una esfera metálica.
Para corregir el original utilizábamos los lápices amarillos Faber Castell o
Staedtler, que traían una pequeña goma de borrar en el extremo opuesto a la
mina.
Terminaríamos de
escribir, rescataríamos las gafas, descuidadamente tiradas junto al paquete de
cigarrillos encima de la vieja radio ronca, y nos iríamos a la oficina del
redactor jefe a entregarle nuestra nota, deseando volver a ponernos la chaqueta
de espiga o el “blazer” e irnos al bar.
La foto es un epítome
A lo que no
alcanzamos es a llevar sombrero. Cuando nosotros empezábamos ya imperaba el
sinsombrerismo. El sombrero era muy útil para introducir en la cinta el papelito
con la palabra press.
La foto es un epítome,
no falta ni uno de los elementos que formaban parte de la impedimenta del
reportero, incluída la vieja cámara fotográfica: la de Weegee, Brassai, el
mexicano Metinides, El Niño”, y tantos otros fotoperiodistas no menos famosos
que captaron imágenes que fueron más allá del mero sensacionalismo para
instalarse en la denuncia, la crítica e incluso la caricatura de sus sociedades
del momento.
Esta foto entrañable
tiene sentido y estilo heráldico, o cuando menos de insignia, porque su
contenido podría figurar a escala en una sortija de sello o un pergamino,
representando una profesión como el periodismo que se reserva a los escritores
de obra pálida o volandera, intérpretes de ese género premioso que es la
crónica y espuma de los días, que hoy ilumina nuestra lectura del periódico y
mañana arrojamos a la papelera, que diría Juan Manuel de Prada.
Se ha dicho que nada
hay tan viejo como un periódico de ayer. Pues bien, esa marchitez de la noticia
tiñe al periodismo de melancolía y le llena de ilimitadas posibilidades
poéticas.
© José Luis Alvarez Fermosel
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