lunes, 30 de julio de 2012

Apenas ayer...

La actualidad es nuestra frágil rosa
en una hora fresca y marchitada.
Lo que el lunes fue luz, el martes ya es sombra,
que el suceso es el pez de nuestras mallas.

Apenas ayer, los bártulos, todos los bártulos tan fielmente reproducidos en esta espléndida fotografía, que no puede ser más expresiva, eran los propios de nuestro oficio, los que utilizábamos a diario. Eran tan distintivos como un uniforme.
La imagen vale por las mil palabras que podríamos escribir con esa máquina, casi igual que cualquiera de las entrañables Hispano Olivetti, modelo Lexicon 80, que aporreábamos en las redacciones –a las que llamábamos “cuadras”-, siempre de prisa y corriendo.
Cada tanto nos interrumpíamos para encender un cigarrillo, atender el teléfono –inoportuno o providencial-, beber un sorbo de café de recuelo, frío; sacar furiosamente la hoja tamaño oficio de la máquina, convertirla en un bollo y acudir al baqueteado block de notas en busca de algo de lo que habíamos escrito en él minutos antes.
Terminado el trabajo, si constaba de varias hojas había que unirlas con las grapas, o broches, de aquellas máquinas enormes que terminaban en una esfera metálica. Para corregir el original utilizábamos los lápices amarillos Faber Castell o Staedtler, que traían una pequeña goma de borrar en el extremo opuesto a la mina.
Terminaríamos de escribir, rescataríamos las gafas, descuidadamente tiradas junto al paquete de cigarrillos encima de la vieja radio ronca, y nos iríamos a la oficina del redactor jefe a entregarle nuestra nota, deseando volver a ponernos la chaqueta de espiga o el “blazer” e irnos al bar.

La foto es un epítome

A lo que no alcanzamos es a llevar sombrero. Cuando nosotros empezábamos ya imperaba el sinsombrerismo. El sombrero era muy útil para introducir en la cinta el papelito con la palabra press.
La foto es un epítome, no falta ni uno de los elementos que formaban parte de la impedimenta del reportero, incluída la vieja cámara fotográfica: la de Weegee, Brassai, el mexicano Metinides, El Niño”, y tantos otros fotoperiodistas no menos famosos que captaron imágenes que fueron más allá del mero sensacionalismo para instalarse en la denuncia, la crítica e incluso la caricatura de sus sociedades del momento.
Esta foto entrañable tiene sentido y estilo heráldico, o cuando menos de insignia, porque su contenido podría figurar a escala en una sortija de sello o un pergamino, representando una profesión como el periodismo que se reserva a los escritores de obra pálida o volandera, intérpretes de ese género premioso que es la crónica y espuma de los días, que hoy ilumina nuestra lectura del periódico y mañana arrojamos a la papelera, que diría Juan Manuel de Prada.
Se ha dicho que nada hay tan viejo como un periódico de ayer. Pues bien, esa marchitez de la noticia tiñe al periodismo de melancolía y le llena de ilimitadas posibilidades poéticas.

© José Luis Alvarez Fermosel

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