miércoles, 9 de junio de 2010

Restaurantes

Muchos artistas de cine, casi todos norteamericanos, han querido tener el oficio de “restaurateur” como segundo trabajo, afición, alternativa u otra fuente de ingresos.
A casi todos les ha ido mal, a la corta o a la larga. Es que estas cosas casi sublimes, me atrevería a decir, del “comercio” y el “bebercio” son muy difíciles de manejar, aunque cualquiera se crea capaz de hacer una buena tortilla de patatas, un “souffle” de queso y otros platos, y, además, convertir esa habilidad en un negocio bien saneado.
Los argentinos, todos, uno por uno, dominan magistralmente la técnica del asado de carne a la parrilla, para delicia de sus invitados. Pero no les suele ir bien cuando se deciden a profesionalizar ese amateurismo tan interesante, extramuros de sus parrillas.
Les pasa lo mismo a algunos divos de Hollywood cuando abren restaurantes, cafés, bares y otros establecimientos similares. Al menos eso nos dicen algunas estadísticas que hemos recogido en este blog.
Quizás esa mala fortuna se haya debido a que ellos, o quienes pusieron al frente de su negocios incurrieron en las falencias comunes a los restaurantes argentinos y a muchos de otras latitudes, algunas de las cuales incluimos también aquí. Todos quienes salimos con frecuencia a comer fuera padecemos esos y otros inconvenientes.
O a lo mejor todo, en unos casos y en otros, se debió a la mala suerte, que también acecha a cada quisque detrás de todas las esquinas, digan lo que digan los deterministas.
Acaso fuera mejor que cada uno se dedicara a lo suyo.

© José Luis Alvarez Fermosel

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