domingo, 20 de febrero de 2011

Arcoíris

El sol brillaba en todo su esplendor. El cielo era de un azul tan duro que parecía mineral. Dos o tres nubes se habían alejado de su rebaño y rodaban sin ton ni son, deshilachándose.
Sin embargo, gruesas gotas de lluvia caían, sesgadas y violentas, muy separadas unas de otras; y al romperse contra el asfalto dibujaban grandes manchas redondas, de un color oscuro que se desleía enseguida, yendo hacia el gris.
Me refugié bajo la marquesina de una sastrería. Había unas telas preciosas en el escaparate. Y como siempre en estos casos, me acometieron tentaciones de entrar y encargarme un traje para usarlo furiosamente durante unos cuantos días, colgarlo después junto a los otros y olvidarme de él por una temporada larga o regalárselo a mi hijo, que tiene mis mismas medidas -¡qué capricho!-.
Una de las nubes perdidas ocultó en su paso errante el sol naranja. Se esfuminó la tarde recién nacida. Pero la boba nube retomó su ignoto rumbo y el sol reapareció, descargando de nuevo su cruda luz, que doraba fachadas, muros, tejados y cúpulas

La lluvia había cesado

La lluvia había cesado. El suelo humedecido, según iba secándose, despedía un vapor que aumentaba la temperatura de la atmósfera.
Abandoné mi refugio y me encaminé hacia la avenida. Apenas di tres o cuatro pasos lo vi. ¡El arcoíris!
Había salido el arcoíris, o el arco iris -que de ambas maneras puede decirse-, tornando policroma la tarde.
¡No sé el tiempo que hacía que no veía yo el arcoíris! De modo que experimenté una sensación muy grata, porque si bien el arcoíris luce mejor a campo abierto, sobre los picos de una montaña, o sobre el mar, también hace bonito en la ciudad.
Va a cambiar la suerte –pensé-. Este es un buen síntoma. Todo va a ir bien de ahora en adelante. Mañana empiezo a apostar de nuevo a los caballos.
El arcoíris, ya se sabe, es un fenómeno meteorológico y visual que produce la aparición de un espectro continuo de frecuencias de luz en el cielo cuando los rayos de sol atraviesan una gota de lluvia.
Algunos estudiosos dicen que Isaac Newton -despabilado por el manzanazo que le hizo descubrir la ley de la gravedad- fue el primero que reveló el fundamento del arcoíris. Según otros expertos, Antonius de Demini desarrolló primero, en 1611, la Teoría Elemental del arcoíris, que retomó y refinó luego Descartes –el de “Pienso, luego existo”-. Pero fue Thomas Young, se estima, quien propuso en forma inicial la Teoría Completa del arcoíris, elaborada en detalle por Potter y Airy.

Un colorido garabato

Uno prefiere pensar que ese haz de siete colores que cruza muy de cuando en cuando el cielo carece de fundamento científico, y está, por tanto, muy lejos de coordenadas, algoritmos, triangulaciones y otras tecnologías.
Para uno el arcoíris es un colorido garabato trazado en el cielo por un ángel travieso, o un mensaje que viene del infinito y nos trae un poco de alegría, aunque sea efímera, y un recreo para la vista, a la que no suelen ofrecerse colores vívidos.
Quizás el arcoíris sea el reverso de la Luz Mala; una luz verde como la de la luna, algunas noches; pero mala: trae desgracia.
La Luz Mala es una leyenda traída a la América de habla española por los emigrantes gallegos, también llamada en su tierra la Santa Compaña, que agosta de noche el bosque galáico (la fraga).
El arcoíris aparece para ahuyentar a los malos espíritus, que tambien alientan de día, a pleno sol.
Y, desde luego, es el novio de la Cruz del Sur, que se luce como una joya iridiscente prendida en el terciopelo azul del cielo.

© José Luis Alvarez Fermosel

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