sábado, 5 de febrero de 2011

El esplín del hotel

“Nadie acaba de curarse del todo de su pasado”. (William Faulkner)

Estés donde estés, en la ciudad que sea, así el hotel sea de siete estrellas o un albergue de ribera con mucho carácter, o uno de esos hospedajes “bed and breakfast” tan simpáticos, estés con quien estés –con tu mujer, de luna de miel, con una amante exquisita…-, tengas el dinero a espuertas, sea tu presente magnífico y tu futuro promisorio, inevitablemente un día te sorprenderá el esplín del hotel, siempre y cuando estés en uno, claro está.
Estarás, tal vez, tú solo en el bar, escuchando una música sincopada y trasegando el segundo cóctel Margarita, o el tercer whisky, esperando que ella, que se está arreglando arriba –después de la escaramuza…-, y ha prometido que son sólo cinco minutos, pero ya lleva media hora larga…, estarás esperando que ella baje, o quizás seas tú el que estés en la habitación, tendido en la cama, mirando al techo, o en el baño, recortándote el bigote, o en el gran vestíbulo central, donde el pianista húngaro o el arpista chileno –nunca el paraguayo, como tendría que ser-, arranca sones melancólicos a su instrumento, mientras la florista bosteza mirando su reloj, porque ya nadie compra flores, y además es hora de irse.
Puedes estar terminando de cenar en el restaurante, en el último piso –langosta con mayonesa, chuletas de cordero asadas, un vino francés, tiramisú…-, o escogiendo una corbata en la tienda de regalos, o escribiendo en tu “note book” en la salita de trabajo, o mirando sin ver por una ventana, fumando un cigarrillo.
Estés donde estés, en el hotel que sea, con motivo y fundamento, o sin ninguno, en cualquier momento, por lo general cuando menos lo esperes, te acometerá sibilinamente el esplín del hotel, y en el mejor de los casos te quedarás neutro, sin pilas, ralentizado, extraño, como si te hubiera dado un aire.

Nadie lo sabe…

-- ¿Y qué es eso, el esplín del hotel, en qué consiste, por qué viene?
-- Pues nadie lo sabe, nadie sabe qué es el esplín del hotel, o en qué se diferencia de los otros, ni por qué le ataca a uno tan artera e inesperadamente.
-- ¿No será algo que tenga que ver con el tiempo?
-- Es muy posible. Fíjese, Horacio dijo: “El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla con el más grande esplendor”.
El esplín del hotel es vagoroso como una nube en un cielo de primavera, impreciso como un pálpito, apenas un poco molesto, como una leve taquicardia.
No hay que confundir el esplín del hotel con esa desazón, con esa tristeza densa de los últimos días, cuando uno se dispone a cerrar cuentas, confirmar vuelos y terminar de hacer las maletas. Uno se despide –las despedidas son atroces-. A uno le hinca el pico en el corazón, que sangra lentamente, el torvo pájaro negro del adiós.
El esplín del hotel está hecho de retazos de nostalgia, de recuerdos agridulces –como todos los recuerdos-, de chocolate amargo, de esa neblina que de pronto surge ante tus ojos y te hace verlo todo gris, de espuma de ola, de vinagre de jerez y de zumo de guayaba, porque tiene un algo de tropical, un sabor entre acre y dulzón, pero más que nada sabe a copo de nieve, a polvo fresco, y en ciertas ocasiones a flor de verbena.
Extraño, indefinido, indefinible, intemporal, imprevisible, inevitable, intransferible, indomeñable, entre grisáceo y azul claro, ligero y pesado, crepuscular, somnoliento y un poco cabroncete, el esplín del hotel no le hace bien a nadie, ni tampoco le hace mal porque no es ominoso, ni amargo, ni te da dolor de estómago, ni te baja la presión, ni te seca la boca.
No es nada, y no deja de ser algo, pero no hay que tenerle miedo, ni rechazarlo, ni luchar contra él –no da resultado-, es sencillamente el esplín del hotel, que viene de pronto y se va enseguida, pero te deja un poco a medios pelos, o con una cierta resaca, o te pone un poco “blue”.
No es nada, es el esplín del hotel.

© José Luis Alvarez Fermosel

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