lunes, 14 de marzo de 2011

Civilización

Todo sea por la civilización. Todos los sacrificios que se hicieron por y para la civilización, bien hechos estuvieron.
Ahora, es decir, desde hace mucho tiempo, tenemos civilización.
¿La tenemos, realmente? ¿Campea la civilización en su estado más puro sobre el mundo entero? ¿Somos, estamos todos civilizados?
Lo que verdaderamente poseemos es tecnología; una tecnología que avanza tan rápidamente, que exige tantos conocimientos, tanta memoria y tanta paciencia que a los coetáneos de Gutenberg -o poco menos-, como nosotros, nos trae por la calle de la Amargura.
La civilización está encastrada ahora en la globalización: una marcha sin vuelta atrás hacia un mundo uniforme y deshumanizado.

Los indígenas vestidos

Hasta que se impuso, la civilización cobró muchas víctimas.
A una isla del Pacífico, o a un rincón escondido del sur del continente americano llegaron en cierta oportunidad unos agentes de la civilización, que se horrorizaron al ver al personal en cueros vivos.
Inmediatamente vistieron a todo el mundo con telas gruesas y pesadas.
Cuando los indígenas iban desnudos, el agua de la lluvia resbalaba por sus cuerpos, que en cuanto dejaba de llover se secaban.
Al vestirlos, las telas que los cubrían absorbían el agua y permanecían húmedas durante mucho tiempo, pegadas a los cuerpos, que no se secaban, y además se enfriaban.
En pocos años todos los indígenas murieron de pulmonía y otras afecciones similares, provocadas por aquellos atuendos destinados a hacer de ellos seres civilizados, o por lo menos vestidos.
Esa matanza fue un grano de anís, comparada con otras más directas, más drásticas y más numerosas.
Hoy, sin ir más lejos, civilizados como estamos seguimos matando gente por unas causas o por otras, por unos procedimientos o por otros.

© José Luis Alvarez Fermosel

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