viernes, 4 de marzo de 2011

Historia de perros

Los antepasados de don José de Ribera eran originarios de Hierbabuena, que después se llamó San Francisco, dejó de pertenecer a los españoles, pasó a manos de la República Mexicana y en 1848 a las de los norteamericanos.
Don José –a quien nadie llamaba Pepe- era muy alto y muy fuerte; a decir verdad, era enorme, aunque no más que un camión con acoplado.
Tenía mal genio. Siempre estaba rezongando. Pero su mirada, clara y directa, denotaba que era buena persona. Grándote, gruñón pero bueno.
Don José de Ribera tenía tierras y ganado en San Francisco, donde había hecho fortuna, pues no sólo tenía la mano fuerte, sino también la inteligencia muy despierta.
Su otro yo era su contable y apoderado Francisco Iniesta –a quien todo el mudo llamaba Paco-, que era un perro fiel.

Como un perro

Paco le dijo un día a don José:
- Me recuerdas a un perrazo que tuve, y no te ofendas porque te compare con un perro. Al fin y al cabo, es uno de los animales más nobles que existen. Más noble que el animal humano.
- Si me vas a endilgar una de tus historias, házlo ahora que no tengo nada que hacer.
Y don José se repantigó en un cómodo sillón Morris, encendió un puro y se dispuso a escuchar con una paciencia que no era, precisamente, el rasgo más saliente de su carácter
Paco se sirvió un whisky de un armario con botellas que tenía don José en su despacho, donde se encontraban los dos hombres, y siguió con su historia.
- Aquel perro era muy grande. Y siempre estaba de mal humor. Siempre gruñía. En todo momento parecía dispuesto a tirarse al cuello de todos sus semejantes, y de los hombres. Cualquier cosa le arrancaba un gruñido de mal genio. Un día…un día trajeron un perrillo de México, creo que un Chihuahua, o un Ratón Mexicano. Era un animalito muy nervioso, siempre estaba moviéndose. A mí me recordaba a una lagartija. Al otro perro no le cayó muy bien, que digamos. A cada momento le apartaba de su lado y parecía jurar que iba a comérselo; pero no se lo comió, y hasta le hizo un lugar en su caseta, y le daba lo mejor de su comida, porque creía que su delgadez y su pequeñez se debían a la falta de alimento. Siempre gruñía, eso sí; siempre estaba de un humor…de perros.

Sospechosos

Las personas a quienes no les gustan los animales son sospechosas. Les falta algo. No debieron tener nunca una mascota, ni jugaron con un gato joven –lo cual es una delicia-, ni nadie los llevó de niños, quizás, a un zoo. O acaso padezcan un complejo, o una frustración.
Los que maltratan, los que torturan, que de todo hay en la viña del Señor, a los animales son gente de avería, no cabe duda. Sufren de alguna distorsión mental, algo les falla, no son enteramente normales. Lo mejor es tenerlos lejos.
Un amigo mío catalán es más drástico. Dice que alguien que maltrata a un animal es un “mal parit”.
Sorprendidos “in fraganti”, deberían ser castigados; ¡hombre, no precisamente a cadena perpetua, tampoco hay que exagerar!
No estaría mal sancionarlos con una multa, o condenarlos a prestar servicios comunitarios durante un tiempo determinado.

© José Luis Alvarez Fermosel

N. del A.: Escribo México y mexicano con equis y no con jota porque a los mexicanos “les provoca”, como dicen ellos, la jota.

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