martes, 1 de marzo de 2011

Por el Madrid de los Austrias

Calle arriba, calle abajo…
Ya no está más el cine San Miguel, donde vimos una de nuestras primeras películas: El prisionero de Zenda, con Madeleine Carroll, Ronald Coldman y Douglas Fairbanks Jr.
Hay un nuevo mercado, super moderno, impresionante. Al viejo se lo llevó la trampa.
Una carpintería de la que sale un aroma agradable de madera y aserrín fresco. Faroles.
Se remansa el sol triste de la tarde.
Unos niños corren calle abajo, riendo y gritando. Calle abajo.
Yo voy calle arriba, reconociendo las fachadas y los portales, pisando las mismas piedras a la misma hora de la tarde, con su sol triste y su silencio.
Una niña con un delantal azul a cuadros. Calle de Puñonrostro. (¿Qué puño en qué rostro...?) Plaza del Cordón.
Allí iba yo a buscarla todas las tardes, cuando las sombras ganaban la plaza solitaria. Se llamaba Elisa. Tenía los ojos verdes y estrechos como los de Ella Raines, una actriz de la “belle époque”. Nuestros amores fueron tempestuosos, por no decir malditos.

Basílica de San Miguel

Basílica de San Miguel. Un ciprés, a la izquierda. En ese portal, en la misma silla de enea, la misma anciana de negro haciendo encaje de bolillos. Revuelo de vencejos empapados de azul.
A la derecha, en un balcón del primer piso, una muchacha morena mira la plaza sin verla, pegando la nariz a los cristales. Pasa un perro lobo, cachazudo. Una voz ronca grita a lo lejos: "¡Paco, Paco...!".
Las campanadas alegres de San Andrés, en la plaza de los Carros, y las del convento de las Carboneras. El tañido solemne y ceremonioso de la Nunciatura.
Puerta Cerrada. Tabernas de vinazo y moscas. Esquinas y zaguanes. Celosías.
Calles del Conde y del Cordón. Plaza de la Cruz Verde. Las cavas: La Cava Alta, la Cava Baja. Mesones.
Viejas posadas, las mismas de hace cuatro siglos. Pero ya sin posaderos cetrinos con patillas de boca de hacha y mozas garridas, sin arrieros cansados de capas negras. Sus mulas castañas cubiertas de polvo en el patio de piedra.
Más al fondo, el Viaducto, la catedral de la Almudena, con su cúpula verdosa; la taberna Ciriaco, a la que iba con frecuencia a comer con mis padres. Guisantes con jamón, picadillo de chorizo de cerdo, alubias con perdiz, arroz con leche, el vino leve de La Rioja…

El Madrid medieval

El Madrid medieval, el Madrid de los Austrias es el primer Madrid monumental y arquitectónico. Tiene su eje en la Plaza Mayor, la Plaza de la Villa y sus inmediaciones.
La Plaza Mayor hunde su origen en la Edad Media. Sus edificios más antiguos -como la Casa de la Panadería- datan del siglo XVI. Se elevan sobre los típicos soportales castellanos.
Nueve puentes dan acceso a este gran claustro laico, que encierra la historia del Madrid renacentista.
En la Plaza Mayor se lidiaron toros, se festejó la canonización simultánea de cinco santos: Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier, San Isidro y San Felipe Neri. También se celebraron autos de fe y se coronaron reyes, entre otros Felipe V, Fernando VI y Carlos IV.
En la Plaza de la Villa está la Municipalidad de Madrid, con la estatua de Alvaro de Bazán (1) en el centro.
Alrededor de estas plazas se encuentran las calles más encantadoras del Madrid de los Austrias. Algunas tienen nombres impresionantes: Calle del Sacramento, de la Amnistía, de la Independencia, de la Vida y la Muerte…
El Madrid viejo, silencioso al atardecer, con sus sombras, sus misterios, sus leyendas, cobra una prevalencia y una solemnidad que se prestan a la evocación de reyes, guerras, romances, intrigas, entrechocar de espadas en oscuros pasadizos y el “¡ténganse al Santo Oficio!” de las rondas de corchetes (2), linterna y lanza.
Y yo vengo con mi vino,
cinco estrellas
en mi sangre.
En las fachadas se hielan
yesos de nicho…

(1) Primer marqués de Santa Cruz. Marino de brillante carrera que se distinguió en la batalla naval de Lepanto contra los turcos (1571). Allí fue herido en un brazo, que le quedó inutilizado, Miguel de Cervantes Saavedra, a quien desde entonces se llamó El Manco de Lepanto.
(2) Ayudantes de los alguaciles del Santo Oficio.

Ilustración:
Acuarela de Pedro Barahona

© José Luis Alvarez Fermosel

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