Esto de mandar al
prójimo cartas anónimas -para insultarle, naturalmente-, tiene su miga; en
realidad, quise decir su mala leche, y cuando dije cartas estaba pensando en
las de antes, en las que se escribían con pluma estilográfica y en papel, que
en el caso de algunas personas distinguidas era timbrado, es decir, que llevaba
impreso en el angulo superior izquierdo, un poco más abajo, el nombre y
apellidos del usuario, por lo general en letra inglesa. El papel y el sobre, ni
que decir tiene, eran de muy buena calidad.
Insultar
anónimamente al prójimo por correo electrónico no es común, porque el remitente
podría ser descubierto, lo cual le atemorizaría. Los que mandan anónimos son
siempre cobardes y procuran por todos los medios que no se los descubra, por si
hay hostias.
Todo esto para
terminar contando la anécdota de Bernard Shaw, que recibió un día una carta: un
papel escrito a mano, metido en un sobre y pegado a éste, sobre la dirección
del destinatario, uno o varios sellos de correos. Creo que ya hemos descrito
con lujo de detalles lo que en tiempos remotos se llamaba carta, epistola,
misiva o esquela.
La carta contenía
una sola palabra: “¡Imbécil!”. Nada más, ni encabezamiento, ni texto, ni mucho
menos firma, pues que era un anónimo.
El gran escritor
irlandés, uno de los dramaturgos más sobresalientes de su época, magnífico
ensayista, premio Nobel de literatura en 1925 y hombre ingenioso y con sentido
del humor, dijo al abrir el sobre y leer la única palabra que contenía la
supuesta misiva: “He recibido muchas
cartas sin firma, pero ésta es la primera vez que recibo una firma sin carta”.
© José Luis Alvarez Fermosel
No hay comentarios:
Publicar un comentario