La lluvia, un
fenómeno devastador más de la Naturaleza, inunda, apaga, destruye y mata cuando
surge como una letal masa de agua lanzada por doquier sin control.
Pero cuando
languidece y llora, sus lágrimas caen dulcemente al ralenti en vertical,
difuminan la tarde, rayan el paisaje y empapan la tierra y el cesped, que
exhalan un aroma delicioso.
La lluvia, de esa
guisa, es encantadora y muy beneficiosa para el campo.
Y da lugar a
imágenes urbanas y suburbanas de gran belleza, como la que ilustra estas
líneas.
Una mujer esbelta y
elegante camina bajo la lluvia con su paraguas y su perro. Emerge de una masa
de grisura apenas diluída la por la tenue luz de una ventana iluminada.
De los dos
personajes, se nota que el perro no va muy contento; si acaso, resignado,
porque va mojándose.
En cambio, la dama,
a pesar de su encogimiento de hombros –quizá porque haga frío-, no parece resignada,
ni siquiera indiferente, sino embargada por una suerte de disimulado rogocijo:
como si no hubiera llovido en mucho tiempo y agradeciera la caída de una lluvia
refrescante y amable.
Además, no se moja;
camina bajo un paraguas abierto.
El artista a quien
se debe la imagen convirtió un momento de una tarde de lluvia en la ciudad en
un flash, tanto más expresivo y más
grato de mirar cuanto que tiene el primor de la sencillez y el verismo y es
apenas algo más que un detalle.
© José Luis Alvarez Fermosel
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