¡Albricias! Están
arreglando las calles de Buenos Aires, rotas desde los tiempos de don
Bernardino Rivadavia, poco más o menos.
Los martillos neumáticos,
los palas mecánicas, las zanjas, el cemento, las alambradas que protegen las
obras forman parte del paisaje urbano.
Los trabajadores se
afanan durante prolongadas jornadas laborales, incansables, sin que el feroz
sol de un estío durísimo e inclemente parezca afectarles lo más mínimo.
Cabe suponer,
entonces, que en poco tiempo más las calles de Buenos Aires lucirán como las de
cualquier otra ciudad de otro país –en los que nunca se rompieron-
Nos referimos a las
calles más céntricas, al llamado microcentro, porque en los barrios por los que
anduvimos últimamente no vimos trabajar a nadie en las calles. Será que los
arreglos empezarán por el centro y seguirán por los barrios, o que éstos no
están tan mal.
Estamos muy
contentos. Van a disminuir, seguramente, las caídas y las consiguientes
fracturas de caderas, piernas y otras partes del cuerpo.
Va a dar gusto
pasear por Florida y Corrientes, como aquel muchacho del tango que se daba una
vida mejor que la de un bancán.
Los turistas dejarán
de maldecir sotto voce en su idioma a
cada tropezón, porque ya no tropezarán más. Y cuando regresen a sus países les
dirán a sus compatriotas que da gusto pasear por las calles de Buenos Aires,
entre otras cosas porque están muy bien pavimentadas.
Sumido en estos agradables
pensamientos me voy al bar y le hago partícipe de mi alegría al primer amigo
con el que me topo en la barra. Y recibo el primer baldazo de agua fría:
- ¿Te has preguntado
cuánto durarán las calles sin que las vuelvan a romper?, me dice mi amigo.
- Pero, hombre,
¿quiénes las van a romper? ¿Y por qué, para qué?
- Pues los mismos
que las rompieron siempre, o sus descendientes; los mismos que rayan con llaves
u otros objetos metálicos las puertas de los ascensores recien pintadas, o
pintarrajean las fachadas con consignas políticas, o de otro matiz. ¿Para qué?
Pues para joder, como siempre.
- ¿Y si se les
hiciera desde la prensa, o desde los foros, las redes sociales, desde donde
sea, el ruego encarecido de que no rompan nada, de que al contrario, conserven
lo que está bien, lo que se arregla, en beneficio del prójimo y de ellos
mismos? ¿Y si se hiciera una campaña de prensa?
- No creo que
sirviera para nada, como no ha servido otras veces.
- Yo, sin embargo,
sigo confiando en que…
- No dejes de
confiar, a lo mejor esta vez…
Me fui del bar un
poco alicaído. Los del Municipio, o quienes fueran, seguían trabajando en las
calles.
© José Luis Alvarez Fermosel
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