This is the poison of deep grief
(Hamlet,
acto lV, escena V)
Se oyen
voces de un pasado que parece estar ahí, a la vuelta de la esquina, y sin
embargo está muy lejos.
Las voces están
dentro de un policromo caleidoscopio que maneja caprichosamente el tiempo, sin
que nada le importe: con la “nonchalance” del jugador de mente rápida que
cuenta las cartas en una mesa de bacará, sabiendo que va a ganar. Sino que
estamos en un casino de fantasmas.
Hemos perdido, una
vez más. El tiempo pone cara de “yo no fui”, artero y perverso; ya sabe que
ganó la partida y que nada será como uno quiso que fuera ni tendrá lo que quiso
tener.
No volvamos la vista
atrás, no nos vaya a pasar lo que a la mujer de Lot.
Pero con frecuencia
el azar, o eso que los ingleses llaman “fate” te lleva al pasado de la mano del
tiempo: ese oscuro enemigo que sorbe la sangre, que decía Baudelaire.
Es entonces cuando
la sangre comienza a circular aceleradamente por tus venas, como si quisieras
tirar la toalla y darle facilidades al vampiro.
Uno busca en la obra
muerta del bergantín los restos de sus sueños, pero se han ido por el escobén del ancla.
Ya no podemos tomar
el mundo como quien toma un tren en marcha. Ni esperarla en el andén de un
vagón del convoy. Siempre llega otra persona que nos trae una carta que dice
que ella no puede venir.
Un músico de “bal
musette” interpreta una lejana canción de letra ininteligible que no tiene
código de cifra.
© José Luis Alvarez Fermosel
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