Uno duerme a los
trancos, pasó largas temporadas víctima de un irritante y nocivo insomnio –pese
a tener la conciencia tranquila-; en otras oportunidades tuvo que tomar
pastillas para dormir, o inductores del sueño.
Es persona de mal
sueño, y de malos sueños. Se despierta por cualquier cosa, quizá por dormir
siempre con un ojo cerrado y otro abierto, tic adquirido en épocas lejanas y
lugares y circunstancias peligrosas, a lo largo de su azaroso oficio de periodista,
muchas veces como enviado especial permanente y otras tantas como metomentodo,
o perejil de todas las salsas.
Practicante de todos
los modos y maneras que se recomiendan –casi siempre sin saber- para conciliar
el sueño, nunca tuvo mucha suerte al respecto, lo que por otro lado le vino
bien, porque aprovechó para leer. Los libros y la luz tamizada de mesita de
luz, o mesilla de noche –como se dice en España- le son familiares y simpáticos.
Hoy leo en el diario
La Nación de Buenos Aires un documentado e interesante trabajo para todos los
insomnes, que firma Mariana Israel y en el que se echan por tierra varios mitos
y se dicen unas cuantas verdades.
Bueno será poner en
práctica los acertados consejos que se nos dan en ese artículo, aunque aquellos
que roncan o sufren de apneas no tengan posibilidad de mejorar su sueño tomando
un vaso de leche tibia antes de irse a la cama -¡cuánto se ha visto esto en la
películas …!-, o ajustándose a otras técnicas caseras y tengan que acudir a la
medicina a fin de hallar remedio para su insomnio.
Ya está uno grande
para que le cuenten cuentos a la cabecera de la cama. Se los cuentan a toda
hora, además.
© J. L. A. F.
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