Había oído hablar de
la Academia Pitman antes de venir a Buenos Aires.
Una vez aquí, por
unas cosas o por otras, no tuve oportunidad de conocer ninguna de las que subsistían
de las 42 que llegó a haber -en Argentina y Uruguay- en la década del 40.
Fundada en 1919,
cerró sus puertas en 1993. La sede central estaba en Diagonal Norte 570, en una
zona muy céntrica de la ciudad.
En 1999 quedaban –en
régimen de franquicia- una en la Capital Federal, otra en San Isidro, otra en
Mar del Plata y otra en Montevideo. Todas usaban el nombre que a mí me sonaba
tanto como debió sonarle a otras personas de otros países.
La vieja Academia
Pitman, la primera de todas, hizo época. Preparaba a secretarias, enseñando
mecanografía al tacto, taquigrafía y otras materias; y también formaba contables,
o contadores, que entonces se llamaban tenedores de libros. Disponía de una
Oficina de Empleos que proporcionaba trabajo a sus egresados.
El curso duraba once
meses, al cabo de los cuales se entregaba un diploma que abría las puertas de
muchas oficinas. Haber estudiado en las academias Pitman era una garantía de
que se sabía lo que tenía que saberse para trabajar en las administraciones
pública y privada, recuerdan ex alumnos
y memoriosos.
Sus creadores fueron
Ricardo Allúa, Finn Schmiegelon y Juan María Jan, que tradujo al español el
sistema de taquigrafía del inglés Isaac Pitman.
Ex empleados de
Pitman retomaron el manejo de las academias -siempre por el sistema de franquicia-. Funcionan como una institución
educativa recuperada y desarrollan nuevos programas de estudios, propios de la
época actual, como computación e inglés
Larga y escarpada es
la senda de la vida…
Me topé de nuevo con
el nombre de Pitman al leer la estupenda novela El tiempo entre costuras de mi compatriota María Dueñas, que le
dedica bastante espacio en la página 57 y otras de la primera parte y la
menciona casi a lo largo de toda la obra.
María debe conocer
Argentina, tener familiares o amigos aquí o sencillamente gustarle los
argentinos y lo argentino, porque alude varias veces en su formidable novela a
este país y utiliza algunas expresiones
porteñas.
Digno de recordarse
es el texto publicado por Pitman en su almanaque de 1935, que recogen María
Dueñas y Alberto González Toro, este último en un artículo de excelente factura
publicado en la edición dominical del diario Clarín de Buenos Aires –el de
mayor tirada del país- el 30 de mayo de 1999.
El texto en cuestión
dice así: Larga y escarpada es la senda
de la vida. No todos llegan hasta el ansiado final, allí donde esperan el éxito
y la fortuna. Muchos quedan en el camino: los inconstantes, los débiles de
carácter, los negligentes, los ignorantes, los que confían sólo en la suerte,
olvidando que los triunfos más resonantes y ejemplares fueron forjados a fuerza
de estudio, perseverancia y voluntad. Y cada hombre puede decidir su destino.
¡Decídalo antes de que sea tarde!
Pitman concilió después
el sentido de la realidad con el optimismo: El
mundo atraviesa un período crítico.Son muchos los hombres sin trabajo. Y sin
embargo, las estadísticas demuestran que para cada hombre especializado, pero
bien preparado, hay cinco vacantes. Se les paga bien. Y es que justamente en
las épocas difíciles los hombres que poseen conocimientos especiales valen más.
Cada vez se estudia
menos
Nada de lo que decía
la Pitman en los años treinta ha perdido actualidad. Lo malo es que cada vez se
estudia menos. De otro lado, las crisis económicas y sociales provocan que la
gente se lance desesperada a trabajar en lo que sea, porque no tiene tiempo de
prepararse. La enseñanza, además, se precipita barranca abajo cada vez con más
velocidad.
Precisamente una de
esas crisis tan habituales en Argentina, la hiperinflación de finales de los
ochenta y principio de los noventa cerró las puertas de la Academia Pitman, un hito
en la historia de la docencia especializada en Argentina, ya una leyenda.
En Madrid había una
Academia Caballero que enseñaba lo mismo que la Pitman y gozó también de mucho
prestigio. En ella estudiaba una novia que tuve yo, que quería ser secretaria.
Iba a buscarla a la
academia muchas veces. Una de ellas conocí al director, que creo que se llamaba
Francisco Caballero. Era un hombre enorme, de pelo blanco, serio pero afable.
La Academia
Caballero, fundada en 1933, se cerró en 2008.
Todo cambia y se
moderniza. Pero escribir a máquina, es decir, en el teclado de la computadora a
ciegas, saber taquigrafía y hacer cuentas siguen siendo conocimientos, si no
imprescindibles, muy útiles.
© José Luis Alvarez Fermosel
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