jueves, 21 de febrero de 2013

Pitman entre costuras



Había oído hablar de la Academia Pitman antes de venir a Buenos Aires.
Una vez aquí, por unas cosas o por otras, no tuve oportunidad de conocer ninguna de las que subsistían de las 42 que llegó a haber -en Argentina y Uruguay- en la década del 40.
Fundada en 1919, cerró sus puertas en 1993. La sede central estaba en Diagonal Norte 570, en una zona muy céntrica de la ciudad.
En 1999 quedaban –en régimen de franquicia- una en la Capital Federal, otra en San Isidro, otra en Mar del Plata y otra en Montevideo. Todas usaban el nombre que a mí me sonaba tanto como debió sonarle a otras personas de otros países.
La vieja Academia Pitman, la primera de todas, hizo época. Preparaba a secretarias, enseñando mecanografía al tacto, taquigrafía y otras materias; y también formaba contables, o contadores, que entonces se llamaban tenedores de libros. Disponía de una Oficina de Empleos que proporcionaba trabajo a sus egresados.
El curso duraba once meses, al cabo de los cuales se entregaba un diploma que abría las puertas de muchas oficinas. Haber estudiado en las academias Pitman era una garantía de que se sabía lo que tenía que saberse para trabajar en las administraciones pública y privada,  recuerdan ex alumnos y memoriosos.
Sus creadores fueron Ricardo Allúa, Finn Schmiegelon y Juan María Jan, que tradujo al español el sistema de taquigrafía del inglés Isaac Pitman.
Ex empleados de Pitman retomaron el manejo de las academias  -siempre  por  el sistema de franquicia-. Funcionan como una institución educativa recuperada y desarrollan nuevos programas de estudios, propios de la época actual, como computación e inglés

Larga y escarpada es la senda de la vida…

Me topé de nuevo con el nombre de Pitman al leer la estupenda novela El tiempo entre costuras de mi compatriota María Dueñas, que le dedica bastante espacio en la página 57 y otras de la primera parte y la menciona casi a lo largo de toda la obra.
María debe conocer Argentina, tener familiares o amigos aquí o sencillamente gustarle los argentinos y lo argentino, porque alude varias veces en su formidable novela a este país y  utiliza algunas expresiones porteñas.
Digno de recordarse es el texto publicado por Pitman en su almanaque de 1935, que recogen María Dueñas y Alberto González Toro, este último en un artículo de excelente factura publicado en la edición dominical del diario Clarín de Buenos Aires –el de mayor tirada del país- el 30 de mayo de 1999.
El texto en cuestión dice así: Larga y escarpada es la senda de la vida. No todos llegan hasta el ansiado final, allí donde esperan el éxito y la fortuna. Muchos quedan en el camino: los inconstantes, los débiles de carácter, los negligentes, los ignorantes, los que confían sólo en la suerte, olvidando que los triunfos más resonantes y ejemplares fueron forjados a fuerza de estudio, perseverancia y voluntad. Y cada hombre puede decidir su destino. ¡Decídalo antes de que sea tarde!
Pitman concilió después el sentido de la realidad con el optimismo: El mundo atraviesa un período crítico.Son muchos los hombres sin trabajo. Y sin embargo, las estadísticas demuestran que para cada hombre especializado, pero bien preparado, hay cinco vacantes. Se les paga bien. Y es que justamente en las épocas difíciles los hombres que poseen conocimientos especiales valen más.

Cada vez se estudia menos

Nada de lo que decía la Pitman en los años treinta ha perdido actualidad. Lo malo es que cada vez se estudia menos. De otro lado, las crisis económicas y sociales provocan que la gente se lance desesperada a trabajar en lo que sea, porque no tiene tiempo de prepararse. La enseñanza, además, se precipita barranca abajo cada vez con más velocidad.
Precisamente una de esas crisis tan habituales en Argentina, la hiperinflación de finales de los ochenta y principio de los noventa cerró las puertas de la Academia Pitman, un hito en la historia de la docencia especializada en Argentina, ya una leyenda.
En Madrid había una Academia Caballero que enseñaba lo mismo que la Pitman y gozó también de mucho prestigio. En ella estudiaba una novia que tuve yo, que quería ser secretaria.
Iba a buscarla a la academia muchas veces. Una de ellas conocí al director, que creo que se llamaba Francisco Caballero. Era un hombre enorme, de pelo blanco, serio pero afable.
La Academia Caballero, fundada en 1933, se cerró en 2008.
Todo cambia y se moderniza. Pero escribir a máquina, es decir, en el teclado de la computadora a ciegas, saber taquigrafía y hacer cuentas siguen siendo conocimientos, si no imprescindibles, muy útiles.

© José Luis Alvarez Fermosel

No hay comentarios: