Tiene razón Nicolás
Artusi. Lean la nota que sigue.
Yo dejé de ir al
gimnasio de un gran hotel del microcentro de Buenos Aires porque el lugar
dedicado a cambiarse y ducharse se convertía en un chiquero, después de que
caballeros de media edad, impecablemente vestidos con trajes caros, con relojes
aún más caros y zapatos relucientes camparan por sus respetos sin ningún
respeto por los demás, ni siquiera por ellos, hablando a gritos por sus
teléfonos móviles con sus amantes –se notaba que eran sus amantes por lo que
decían, groseramente, y escuchaba todo el mundo-.
Perchas tiradas por
el suelo encharcado, toallas usadas por todas partes. En las duchas, ronquidos,
expectoraciones, gargajeos –no gorjeos-, rugidos…
Todo tanto más
chocante cuanto que el hotel ofrecía instalaciones no ya cómodas, sino
elegantes, que incluían “amenities” y batas de toalla que nadie usaba.
Hay que guardar las
buenas formas y las normas elementales de convivencia en todas partes, no sólo
en las catas de vinos ni en los cócteles de lanzamiento de nuevos modelos de
automóviles de alta gama.
© José Luis Alvarez Fermosel
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