miércoles, 28 de agosto de 2013

Seis años, ya



Tal día como hoy, hace seis años, moría en un hospital de Madrid de un paro cardio respiratorio, a los 75 años, el gran escritor español Francisco Umbral.
Fue un polígrafo prolífico, prolijo, proficuo. (Qué bien suena la cacofonía, cuando uno incurre en ella a propósito.)
Poeta, periodista, novelista, biógrafo, ensayista, retorció, renovó y enriqueció el idioma español como ninguno de quienes le precedieron en el siglo XX, sin ser oscuro por ello, sino, por el contrario, luminoso de puro claro. Sólo el poeta argentino Julio Huasi –injustamente preterido- embelleció como él una lengua bella de por sí, tan maltratada hoy en día.
Sus imitadores tratan de rizar el rizo, pero ninguno le llegó hasta ahora a la suela de sus negras, relucientes botas de tafilete de dandy madrileño, que potenciaban su figura espigada y elegante, acorde con sus trajes oscuros, sus abrigos con cuello de terciopelo y la blanca chalina de seda que era en él una enseña que ondeaba en las fiestas de la “high life” y en los bailes navajeros de Tetuán de las Victorias. Así lo retraté yo en mi “Psicología de la apariencia”, ensayo escrito –y perdido- en Londres.

Observador profundo

Observador profundo, sabio catalogador de personajes, exquisito estilista, poseedor de un ilimitado sentido del humor, tenía un corazón flamígero con un soplo aórtico que él literaturizó, como literaturizaba todo, incluída la peluquerita adolescente que le lavaba la cabeza y sus gatos, a los que amaba tiernamente. (Desautorizó a San Agustín, que dijo que “los animales son máquinas”).
En una época de buenos escritores en periódicos, él destacó de modo sobresaliente. Quizás no haya habido otro articulista como él desde la desaparición de César González-Ruano. Llegó a parecérsele, escribiendo de política, Jaime Campmany.
Su estilo personalísimo, inimitable, fulgió en la prensa gráfica –ya dije, como hubiera dicho él- y quedó impreso para el recuerdo y el disfrute de los lectores en infinidad de libros de toda temática y de su querido Madrid en particular.
Fecundo, sensible, original, dotado de una capacidad especial para captar la epidermis de los asuntos, recibió muchos premios, incluido el Cervantes.
Nos dejó hace seis años, tal día como hoy.

© José Luis Alvarez Fermosel

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