Uno fue y vino de
aquí para allá, siempre ligero de equipaje –como dijo Antonio Machado en uno de
sus versos-, y no pocas veces también ligero de bolsillo, lo cual no tiene la
menor poesía, ni machadiana ni de ningún otro estilo.
Nuestra vida está
marcada por idas y venidas, esperas en estaciones y aeropuertos a personas que
nunca llegaron, no yendo a aeropuertos y estaciones a los que tenía que haber
ido a encontrarse con alguien que acaso no acudiera a una cita concertada sin
mucho entusiasmo, después de todo.
- ¿Por qué te
fuiste?
- No, si es que no
he venido.
Uno ha visto a un
sinfín de gente que quería ver y a un sinfín de gente que no quería ver.
Vio ciudades,
paisajes, rincones, lugares donde se reúnen hombres y mujeres a contarse sus
penas y alegrías, otros donde se bebe y se discute y otros donde se bebe en
silencio, cada uno con su copa y sus pensamientos. No es uno de ir a beber solo
a los bares.
Uno ha corrido,
también. Unas veces delante y otras detrás.
El río Watanay
(ilustración), que surca el Cuzco, tiene tres nombres en quechua: “Plunim
Waylla”, que significa el amarrador, porque al deslizarse por su cauce va
atando paisajes.
Su segundo nombre es
más poético: “El caminante de las praderas”, porque sus aguas son lo único que
se mueve en la llanura inmensa. El río Watanay fluye por el Cuzco desde antes
de la conquista. ¡Lo que habrá visto!
De ahí su tercer
nombre: “Watan Watanay”, que quiere decir: “¡Año tras año… qué cansancio!”
© José Luis Alvarez Fermosel
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