En esta rueda loca
de insensateces y disparates tan de moda entre jóvenes y no tan jóvenes,
consignamos como “dernier cri” el “desafío de la sal y el hielo”.
El nuevo… "juego”, muy
popular entre adolescentes, consiste en esparcir sal sobre la piel en cualquier
parte del cuerpo, añadir hielo, apretar y resistir la mayor cantidad de tiempo
posible.
Según Infobae.com
–que cita un artículo del diario chileno El
Mercurio sobre el asunto-, al llevar la sal y el hielo el punto de
congelación a 17 grados Celsius bajo cero se producen quemaduras muy graves en
la piel, que podrían llegar a inmovilizar la parte del cuerpo expuesta a esa
tortura voluntaria.
Algunas lesiones se
convierten en crónicas. Los hospitales de Argentina y de otros países se
abarrotan recibiendo a practicantes de este nuevo “divertimento”.
La actual boga no
desplazó a las que cultivan quienes saltan de un balcón a otro en hoteles, se
arrojan a la piscina desde los pisos más altos o se precipitan de desde los puentes colgados
con cuerdas, llegan casi a la asfixia –no durante el sexo, sino en casa con los
amigos, por encapucharse con caperuzas de plástico, o la de las jóvenes
diabéticas que dependen de la insulina y dejan de tormarla para mantenerse
delgadas.
Ya no se bebe como
antes
Tampoco se bebe ya
como antes. Los jóvenes de hoy en día, es decir, los pertenecientes a familias
de clase media y alta –que son los que tienen dinero- practican el “eyeballing”,
consistente en “dividir” el tradicional “shot” de tequila –trago de jóvenes de
“disco”-, que se toma con sal y limón: este último se lo echan en los ojos como colirios, la sal se aspira
por la nariz y la tequila se bebe.
Lo último de lo
último es instilar la tequila, el vodka o la bebida alcohólica que sea por
cuanto orificio posee el cuerpo humano: menos por la boca, naturalmente.
Los que sigen a
rajatabla estas “modas” o “juegos”, destinados a liberar adrenalina, cuanta más
mejor, son legión.
Por fortuna abundan,
para nivelar la balanza, jóvenes que se dedican
a estudiar, tienen novia, llevan vida de familia, practican los deportes de toda la vida y
–ellas, sobre todo- no se empecinan en adelgazar hasta caer en la
anorexia.
Son aquellos de
quienes se dicen que no son “cool” ni “fashion”, y en los que muchos de
nosotros hemos depositado la esperanza de que sean capaces de crear un mundo
mejor.
Ese mundo mejor…
Son muchos los jóvenes
que se ganan la vida honrada y esforzadamente trabajando en oficinas, talleres,
fundaciones y otros que desempeñan desde adolescentes oficios como la
albañilería, la pintura de paredes, la plomería, la carpintería o son
enfermeros o conducen taxis.
No te piden un trapo
nada más llegar como hacen lo mayores, ni abandonan de pronto el trabajo para
ir a tomar la ginebrita, ni dejan todo después hecho un desastre. Limpian lo
que han ensuciado y se van dejándote la casa como la encontraron.
Quizás ellos y los
que estudian, y los que estudian y al mismo tiempo trabajan nos dejen ese mundo
mejor con el que soñamos.
Nada bueno podemos
esperar, en cambio, de tanto necio, mentecato, badulaque, fatuo, petulante,
esnob y tilingo que juega a matarse y acaso un día lo consiga, o mate a alguien
para ver si puede cometer el crimen perfecto, como soñaban Leopold y Loeb (1), o
a para ver qué se siente.
(1) Estudiantes de
leyes de adineradas familias de Chicago que asesinaron en 1924 a Robert “Bobby”
Franks, de 14 años, con el único objetivo de cometer un crimen perfecto. Fueron
descubiertos, detenidos, juzgados y condenados a cadena perpetua. El
prestigioso abogado Clarence Darrow los salvó en su alegato final de la pena de
muerte. Loeb murió a los 30 años de 58 heridas que le infligió con una hoja de
afeitar en los baños de la prisión su compañero de celda, James Day. Leopold
fue indultado después de 30 años de reclusión, rehizo su vida y murió a los 66
años de un infarto de miocardio.
© José Luis Alvarez Fermosel
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