martes, 22 de enero de 2013

La rueda loca del disparate

En esta rueda loca de insensateces y disparates tan de moda entre jóvenes y no tan jóvenes, consignamos como “dernier cri” el “desafío de la sal y el hielo”.
El nuevo… "juego”, muy popular entre adolescentes, consiste en esparcir sal sobre la piel en cualquier parte del cuerpo, añadir hielo, apretar y resistir la mayor cantidad de tiempo posible.
Según Infobae.com –que cita un artículo del diario chileno El Mercurio sobre el asunto-, al llevar la sal y el hielo el punto de congelación a 17 grados Celsius bajo cero se producen quemaduras muy graves en la piel, que podrían llegar a inmovilizar la parte del cuerpo expuesta a esa tortura voluntaria.
Algunas lesiones se convierten en crónicas. Los hospitales de Argentina y de otros países se abarrotan recibiendo a practicantes de este nuevo “divertimento”.
La actual boga no desplazó a las que cultivan quienes saltan de un balcón a otro en hoteles, se arrojan a la piscina desde los pisos más altos o se precipitan de desde los puentes colgados con cuerdas, llegan casi a la asfixia –no durante el sexo, sino en casa con los amigos, por encapucharse con caperuzas de plástico, o la de las jóvenes diabéticas que dependen de la insulina y dejan de tormarla para mantenerse delgadas.

Ya no se bebe como antes

Tampoco se bebe ya como antes. Los jóvenes de hoy en día, es decir, los pertenecientes a familias de clase media y alta –que son los que tienen dinero- practican el “eyeballing”, consistente en “dividir” el tradicional “shot” de tequila –trago de jóvenes de “disco”-, que se toma con sal y limón: este último se lo echan en los ojos como colirios, la sal se aspira por la nariz y la tequila se bebe.
Lo último de lo último es instilar la tequila, el vodka o la bebida alcohólica que sea por cuanto orificio posee el cuerpo humano: menos por la boca, naturalmente.
Los que sigen a rajatabla estas “modas” o “juegos”, destinados a liberar adrenalina, cuanta más mejor, son legión.
Por fortuna abundan, para nivelar la balanza, jóvenes que se dedican  a estudiar, tienen novia, llevan vida de familia,  practican los deportes de toda la vida y –ellas, sobre todo- no se empecinan en adelgazar hasta caer en la anorexia.   
Son aquellos de quienes se dicen que no son “cool” ni “fashion”, y en los que muchos de nosotros hemos depositado la esperanza de que sean capaces de crear un mundo mejor.

Ese mundo mejor…

Son muchos los jóvenes que se ganan la vida honrada y esforzadamente trabajando en oficinas, talleres, fundaciones y otros que desempeñan desde adolescentes oficios como la albañilería, la pintura de paredes, la plomería, la carpintería o son enfermeros o conducen taxis.
No te piden un trapo nada más llegar como hacen lo mayores, ni abandonan de pronto el trabajo para ir a tomar la ginebrita, ni dejan todo después hecho un desastre. Limpian lo que han ensuciado y se van dejándote la casa como la encontraron.
Quizás ellos y los que estudian, y los que estudian y al mismo tiempo trabajan nos dejen ese mundo mejor con el que soñamos.
Nada bueno podemos esperar, en cambio, de tanto necio, mentecato, badulaque, fatuo, petulante, esnob y tilingo que juega a matarse y acaso un día lo consiga, o mate a alguien para ver si puede cometer el crimen perfecto, como soñaban Leopold y Loeb (1), o a para ver qué se siente.

(1) Estudiantes de leyes de adineradas familias de Chicago que asesinaron en 1924 a Robert “Bobby” Franks, de 14 años, con el único objetivo de cometer un crimen perfecto. Fueron descubiertos, detenidos, juzgados y condenados a cadena perpetua. El prestigioso abogado Clarence Darrow los salvó en su alegato final de la pena de muerte. Loeb murió a los 30 años de 58 heridas que le infligió con una hoja de afeitar en los baños de la prisión su compañero de celda, James Day. Leopold fue indultado después de 30 años de reclusión, rehizo su vida y murió a los 66 años de un infarto de miocardio.

© José Luis Alvarez Fermosel


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