Viene mi hija María
Soledad de Madrid, donde vive desde hace muchos años, a pasar una temporada en
Argentina.
Me trae cosas
entrañables que estaban en mi casa, y al verlas aquí avivan mil y un recuerdos
de mi niñez, mi adolescencia y los primeros años de mi juventud.
Revisando viejos
papeles aparece un décimo de la lotería española que se sorteó el 25 de octubre
de 1963. Ya en esos tiempos, antes de cumplir veinte años, jugaba a la lotería,
influenciado por mi madre, que no se perdía un sorteo…¡y ganaba siempre!
Pequeñas cantidades. Pero haciendo cuentas a fin de año resultaba que por lo
menos no había perdido dinero.
Yo he tenido siempre
mala suerte para los juegos de azar.
Cuando rodaba por
esos mundos –mundos con melodía…- jugaba a la lotería y me iba mal. En los
casinos el bacará y los dados fueron clementes conmigo y tuvieron a bien
proporcionarme algún dinero, de tanto en tanto.
Si bien yo no soy
afortunado en el juego –les dejo con la intriga de saber si lo he sido en
amores- tengo el don de dar suerte a los demás.
En Argentina, un
país con otras estrellas, otra astrología y otra suerte, voy a jugar al 11613
de la lotería local: el mismo número que campea en el décimo comprado hace un
millón de años, o sea, cinco minutos, en la lotería Rialto, administración
número 15, Avenida de José Antonio, 56, Madrid -se lee en el dorso del billete
cuya reproducción por escáner ilustra estos renglones-
Doy por sentado que
no sólo no me sacaré la grande, sino que no ganaré ni un duro, diríamos ayer
allí.
Jugar vosotros, a
ver si os doy suerte. Y si ganais, no dejeis de decírmelo, que me pondré muy
contento.
© José Luis Alvarez Fermosel
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