Han echado abajo una estatua suya que
estaba en una plazoleta cercana a la Casa Rosada (Palacio de Gobierno) de
Buenos Aires. Dicen que es para arreglarla.
Semanas atrás se discutió en los más
altos niveles del gobierno argentino si la estatua en cuestión debería seguir
donde estaba o habría que llevarla a Mar del Plata, en la costa atlántica.
El caso es que Cristóbal Colón está una
vez más por los suelos.
Una reputada profesora de literatura
española de la universidad estadounidense de Georgetown ha declarado que
después de estudiar exhaustivamente la vírgula de Colón está en condiciones de
asegurar que era judío y hablaba catalán.,
La profesora –catedrática, en realidad-
es Estelle Irizarri, condecorada
por el gobierno español, no por decir que Colón era judío y hablaba catalán,
naturalmente, aunque muy bien podría
tener razón, sino por otros méritos.
Lo de judío y catalán, que se ha repetido
hasta el cansancio, ¿no tendrá una connotación peyorativa, discriminatoria?
Porque ya sabemos cómo las gastamos los españoles, que nos damos entre nosotros
que es un gusto.
Al Almirante se le atribuyeron –en España también, que es lo que
llama la atención- y siguen atribuyéndosele varias nacionalidades, a ver si al
cabo de los siglos puede hacerse tambalear
el andamiaje de la historia, y quitarle un poco de mérito a la gesta española
del descubrimiento de América. Hasta ahora es italiano: genovés, por más señas.
Por decir cosas de Colón hasta se dijo
que era un espía portugués.
¿Y qué? ¿En nombre de quién se lanzó a la
mar en esas tres cáscaras de nuez: Santa María, Pinta y Niña? ¿Quién financió
el viaje? ¿A quién le ofreció las tierras descubiertas? Entre paréntesis, Colón
no mató a ningún indio, que se sepa.
Si Colón hubiera sido realmente judío y
su primera lengua la catalana, ¿qué de malo tendría eso, y en qué cambiaría la
historia?
Colón debía tener mal carácter, y peor
mano para las relaciones públicas.
Sigue investigándose
A más de cinco siglos sigue investigándose
a Colón, a ver si sale algún trapo verdaderamente sucio. Es que Colón no gusta,
no nos engañemos; no nos ha gustado ni siquiera a los españoles, ¡qué notable!
Se insistió machaconamente en que sus
orígenes fueron oscuros y que zascandileó de aquí para allí en la Europa que
fue.
De buena fuente me contaron el otro día
que hay un grupo de historiadores que trata de averiguar por todos los medios
si Cristóbal Colón era homosexual, porque acaban de surgir rumores en ese
sentido. ¿Y qué, si lo hubiera sido?
¡Tanto estudio, tanto quemarse las
pestañas…! Tanto extraer papelorios amarillos de vejez de los polvorientos archivos
del cronicón, husmear en códices antiquísimos, traducir, conjeturar, aventurar, deducir. Una vírgula
por aquí, otra vírgula por allí...
A Jacinto Benavente le pateaban una obra
en un céntrico teatro de Madrid. La sala se venía abajo, tanto y con tanta
fuerza pataleaba el “respetable público”.
El incomparable don Jacinto –laureado con
el premio Nobel de literatura en 1922- asistía impertérrito al pateo entre
bastidores, con su infaltable habano y su amigo, el también escritor (peruano,
radicado en Madrid) Felipe Sassone a su vera.
En un momento dado, el autor de Los intereses
creados dejó el puro y le dijo suavemente a Sassone, refiriéndose al
“respetable”: ¡Pobres, pobres, cuánto trabajan! Toda esa energía aplicada al
Plan Nacional de Carreteras…
Si los científicos trabajaran tanto como
los estudiosos de Colón ya se habría descubierto un remedio contra el cáncer.
©
José Luis Alvarez Fermosel
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