Cerca del corazón,
se entiende. Le sacaron la que él tenía, con la que vino al mundo, porque
estaba un poco escuchimizada y le daba achares, como si de una novia casquivana
se tratara, en vez de una válvula. ¡Joder!
Ahora bien, si lo
que se pretendió con ese recambio fue que Antonio tuviera de ahora en adelante
un poco menos loco el corazón, ¡a Jaramillo con el tranquillo!
Porque Antonio
tendrá siempre un poco loco el corazón, a la manera de la canción Mi loco –tonto en América del Sur- corazón de Roberto Inglez, en cuya
orquesta se lucían los tambores, catalizados por la bella crooner chilena Mona Bell en épocas en que Antonio, otros y un
servidor éramos muy jóvenes y muy románticos.
(Creo que Mona ganó
un premio en un festival internacional de la canción, no me acuerdo en donde,
quizás en Benidorm)
Era cuando aún
quedaba mucha gente que daba su palabra de honor y la cumplía: un apretón de
manos era una prenda, un juramento y un convenio; cuando los hombres no
querían, como ahora, ser mujeres (ver nota relacionada); no se operaba bajo
falsas banderas, ni había muñidores electorales, ni inflación, ni políticos
corruptos, ni socaliñas, ni astigmatismo mental.
Se jugaba a cartas
vistas; había trabajo, y aun prosperidad para toda la gente que se buscaba la
vida honradamente.
Había verbenas y
otros festejos populares, Feria del Libro, flamenco en Los Gabrieles y Villa
Rosa y juergas de madrugada en las Cuevas de Nemesio y la venta La Peque, en
Peña Grande.
Bobby Deglané
triunfaba por todo lo alto con su Cabalgata Fin de Semana en Radio Madrid y el
rey indiscutible del teatro era Alfonso Paso, excelente comediógrafo y excelente
persona.
Un preboste en
Yeserías
El preboste Epifanio
Rebolledo se quejaba de que los guripas le habían metido en la tocinera y se lo
habían llevado a la trena de Yeserías.
Uno trabajaba en su
tesis Psicología de la apariencia.
Dijo Schopenhauer: “La belleza es una
carta de recomendación que de antemano
gana los corazones”. Qué razón tenía.
El Madriles y
Melitón, los dos últimos cocheros de punto de Madrid, recorrían las calles de
los barrios céntricos, sorteando hábilmente automóviles y buses con sus viejos y
entrañables pencos, que ya sabían ir solos al café Gijón.
César
González-Ruano, que también tenía loco el corazón, los entrevistaba a menudo.
El Madriles le dio un día un soberano plantón en la Plaza del Rey, frente al
cabaré Casablanca. Había cafés de tertulianos en un Madrid con
más broma que drama; y bares con melodía, como el que abrieron en un lugar que
no se prestaba para que se abrieran en él bares americanos los hermanos Antonio
y Pepe Ranea.
Ya el primer vodka
sauer le sacaba a uno ronchas al loco corazón en la dulce penumbra de la calle
Manuel Cortina, en pleno barrio de Chamberí, por el que uno zascandileaba con
el loco corazón forrado por la alpaca impecable de Moisés Córdoba, sastre de
buena mano. La joie de vivre.
En el café Roma, en
la calle Ayala, Fernando Vizcaíno Casas tomaba el aperitivo del mediodía y
cerca, en el Xauen de la calle Serrano, paraba Fernando Villalba.
¡Ay, Antonio, que
nos has hecho subir a los cerros de Úbeda, con eso de que te han puesto una
válvula que, estamos seguros, no ha de sofrenar los deliquios de tu loco
corazón cuando camines por la Cuesta de San Vicente, con rumbo a los jardines
del Campo del Moro para solazarte desde allí con la maravillosa vista de Madrid
en lontananza!
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
El macho posmo con faldas y a lo loco – ¿Dónde hay un hombre?
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