Releo La gente de Smiley, de John le Carré. La
traducción –no conseguí una edición en inglés- es muy buena.
Incluye frases como
ésta: Aunque sigue siendo cierto que en
ningún lugar el verano empalidece más espléndidamente que a lo largo de las
orillas anaranjadas y doradas del Alster…
¿Qué les parece esta
otra?: En los álamos murientes las
cornejas sabiamente escogían un súbito arrullo para lanzar un shakespereano
presagio de gritos…
Otra más: Escuchó el retumbar del bosque a medida que
la lluvia se abatía sobre él…
Es evidente que el
traductor, o la traductora, es persona versada en literatura, pasada tal vez
por una o más universidades y quién sabe si por alguna inglesa, Oxford o
Cambridge; debe escribir, también, quizá versos.
Es una pena que en la
traducción haya dos gruesos errores de ortografía, como elegir y ambages
escritos con j, en vez de con g y otros dos o tres de menor importancia, como
menjunje por mejunje y rebalsar por rebosar, que están incrustados desde hace
mucho tiempo en el lenguaje argentino, como espamento por aspaviento, carcamán
por carcamal, comparencia por comparecencia y alguno más. Se consideran ya argentinismos,
me parece.
Ahora bien, digo yo:
¿hay correctores, o gente que vaya revisando el trabajo de los traductores,
hoja por hoja, a fin de evitar que las faltas de ortografía mancillen el texto?
¿O esos presuntos correctores no ven los errores, no les parece que lo sean? ¿O
esperan a que el libro esté traducido para revisarlo al final, y les da pereza
enfrentarse con quinientas páginas, y no lo hacen, y que salga todo como
sea?
Ya he hablado por
radio y escrito en los medios gráficos de esto. De manera que hoy me limitaré a
transcribir unos párrafos de un artículo muy bueno de María Elena Walsh -a
quien seguimos recordando-, titulado Idioma
y pobreza y contenido en su libro Diario
Brujo.
No son los pobres
Los pobres –hoy llamados carecientes, porque el eufemismo es el oropel
de la hipocresía, digamos más bien desposeídos- suelen ser modelos de corrección,
saben muy bien lo que quieren comunicar y nadie deja de entenderlos. Muchos
porque son provincianos o de diversos países hispanohablantes, otros porque
disfrutaron de una incompleta pero excelente enseñanza primaria.
A renglón seguido
María Elena afirmaba: El desmadre
idiomático procede de gente relativamente educada, en general de clase media o
alta que discursea sin sospechar hasta dónde es una predadora de una sociedad
civilizada.
El “cole”, los
maestros que nos enseñan las primeras letras son de vital importancia en el
aprendizaje del idioma. Los buenos maestros, se entiende, no como aquella que
no sabía multiplicar dos por cero.
A la universidad hay
que ir sabiendo hablar y escribir bien, porque en sus claustros nos enseñarán
otras disciplinas. No tienen tiempo, ni es lo suyo corregirnos la sintaxis y la
ortografía
La posición social,
el encumbramiento, la riqueza, las relaciones y otros factores por el estilo no
determinan que tengamos una buena ortografía. Hay que haber tenido buen “cole”
y haber aprendido bien en él.
© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:
No hay comentarios:
Publicar un comentario