jueves, 25 de julio de 2013

Literatura y ortografía



Releo La gente de Smiley, de John le Carré. La traducción –no conseguí una edición en inglés- es muy buena.
Incluye frases como ésta: Aunque sigue siendo cierto que en ningún lugar el verano empalidece más espléndidamente que a lo largo de las orillas anaranjadas y doradas del Alster
¿Qué les parece esta otra?: En los álamos murientes las cornejas sabiamente escogían un súbito arrullo para lanzar un shakespereano presagio de gritos…
Otra más: Escuchó el retumbar del bosque a medida que la lluvia se abatía sobre él…
Es evidente que el traductor, o la traductora, es persona versada en literatura, pasada tal vez por una o más universidades y quién sabe si por alguna inglesa, Oxford o Cambridge; debe escribir, también, quizá versos.
Es una pena que en la traducción haya dos gruesos errores de ortografía, como elegir y ambages escritos con j, en vez de con g y otros dos o tres de menor importancia, como menjunje por mejunje y rebalsar por rebosar, que están incrustados desde hace mucho tiempo en el lenguaje argentino, como espamento por aspaviento, carcamán por carcamal, comparencia por comparecencia y alguno más. Se consideran ya argentinismos, me parece.
Ahora bien, digo yo: ¿hay correctores, o gente que vaya revisando el trabajo de los traductores, hoja por hoja, a fin de evitar que las faltas de ortografía mancillen el texto? ¿O esos presuntos correctores no ven los errores, no les parece que lo sean? ¿O esperan a que el libro esté traducido para revisarlo al final, y les da pereza enfrentarse con quinientas páginas, y no lo hacen, y que salga todo como sea? 
Ya he hablado por radio y escrito en los medios gráficos de esto. De manera que hoy me limitaré a transcribir unos párrafos de un artículo muy bueno de María Elena Walsh -a quien seguimos recordando-, titulado Idioma y pobreza y contenido en su libro Diario Brujo.

No son los pobres

Los pobres –hoy llamados carecientes, porque el eufemismo es el oropel de la hipocresía, digamos más bien desposeídos- suelen ser modelos de corrección, saben muy bien lo que quieren comunicar y nadie deja de entenderlos. Muchos porque son provincianos o de diversos países hispanohablantes, otros porque disfrutaron de una incompleta pero excelente enseñanza primaria.
A renglón seguido María Elena afirmaba: El desmadre idiomático procede de gente relativamente educada, en general de clase media o alta que discursea sin sospechar hasta dónde es una predadora de una sociedad civilizada.
El “cole”, los maestros que nos enseñan las primeras letras son de vital importancia en el aprendizaje del idioma. Los buenos maestros, se entiende, no como aquella que no sabía multiplicar dos por cero.
A la universidad hay que ir sabiendo hablar y escribir bien, porque en sus claustros nos enseñarán otras disciplinas. No tienen tiempo, ni es lo suyo corregirnos la sintaxis y la ortografía
La posición social, el encumbramiento, la riqueza, las relaciones y otros factores por el estilo no determinan que tengamos una buena ortografía. Hay que haber tenido buen “cole” y haber aprendido bien en él.

© José Luis Alvarez Fermosel

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