martes, 2 de julio de 2013

Café, sobremesa y un poco de historia



“Fui a la cocina a hacer café, cubos de café. Fuerte, amargo, ardiente, cruel, depravado. El fluido vital de las personas cansadas”.
(El largo adiós, Raymond Chandler)

No hay sábado sin sol, ni mocita sin amor, ni cura que no se case, ni mal que cien años dure, ni mal que no se pase.
Ni mucho menos hay comida sin sobremesa, ni sobremesa sin café.
Una leyenda atribuye el descubrimiento del café a un joven pastor yemení (de la República Arabe de Yemen, a orillas del Mar Rojo), quien bebió una infusión hecha de pequeños frutos verdes que comían sus cabras, las cuales desarrollaban inmediatamente después de la ingesta una actividad inusitada.
El descubrimiento se extendió por Etiopía y de ahí pasó a Arabia, donde a lo que sería posteriormente el café se le llamó kawa, por tener el mismo color negro de la piedra sagrada de los musulmanes: la kaaba, que se guarda en La Meca, en Arabia Saudita.
La costumbre de tomar café se propagó rápidamente, después de haber llegado a Europa y pasar de ahí al resto del mundo.
Decía Agustín de Foxá que los romanos, que llegaron a la perfección en sus menús, se perdieron la cereza del pastel: la sobremesa con café, brandy u otro aguardiente destilado y los cigarros. ¡Cómo les hubiera gustado a Lúculo y Trimalción una taza de buen café azucarado y un habano, después de sus ostras y sus lenguas de ruiseñor!
Se privaron de ese placer por no haber sido aún descubierta América, inventora de la sobremesa, pues nos da el ron, el azúcar de caña y el tabaco. (Ahora no fuma nadie, o casi nadie).

Cuerpo, aroma y acidez

El café debe tener cuerpo, aroma y acidez. La armonía de estos tres factores origina los cafés de calidad excepcional: Blue mountain. Moka, Kenia y Caracolillo. Son los más caros, naturalmente.
También son muy buenos los cafés naturales de Brasíl, los ligeros de México, Ecuador, Costa Rica, Perú, Bolivia y los milds (mejores suaves) de Colombia.
El café debe tomarse como indica su nombre, café: caliente, amargo, fuerte y espeso.
Hay otros modos de regalarse con él. Por ejemplo, mezclándolo con brandy, ron o anís. Si se lo prende fuego tendremos el hispánico carajillo.
El carajillo no es para tipos febles, educandos de los padres franciscanos, señoritas remilgadas y aquellos que cuando les gusta algo de comer o de beber dicen con voz melíflua: “qué rico, qué suave…”
Otra mezcla de café y licor es el café irlandés, que se debe a la imaginación de un barman de Dublin (Irlanda), que en 1946 incorporó crema y whisky a un café caliente y con azúcar. Ahora bien, un buen café irlandés deberá ser espeso, oscuro, estar endulzado con azúcar morena, contener whisky irlandés en abundancia y estar coronado no por un mejunje salido de un spray de crema de afeitar, sino por nata auténtica montada a mano.
En Lieja (Bélgica) suelen añadirle helado de vainilla al café caliente y dulce. Los rusos le ponen vodka y los colombianos ralladura de genjibre y azúcar de caña.
El mazagran recibió su nombre de una pequeña ciudad de Argelia, donde un puñado de legionarios franceses resistió heroicamente varias semanas el asedio de las tropas de Abd el Kader, muy superiores en número y armamento. Al agotarse los víveres se alimentaron de café tostado con azúcar y unas gotas de brandy. En su honor se creo el mazagran, que consiste en café frío con marrasquino, azúcar y cubitos de hielo. El marrasquino es un licor de cerezas amargas llamadas marraskas que proceden de Dalmacia, aunque el mazagran se elabora actualmente en Italia.

Café americano

El café americano (de los Estados Unidos) lleva el doble o más de agua que el convencional. Para hacer el expreso se pasa agua hirviendo a presión por un filtro lleno de café molido muy fino. El capuchino es un expreso con leche que se calienta al vapor de la cafetera, para conseguir espuma. Suele añadírsele una pulgarada de canela. Para hacerlo a la turca se mezcla el café convertido en polvo con azúcar en la cafetera, se agrega el agua y se le da un hervor; se deja reposar y se toma sin filtrar.
Los madrileños somos muy aficionados a tomar café… en el café, donde además de hacer los honores a tan rico brebaje formamos tertulias y discutimos de todo lo divino y lo humano.
Toda ocasión y toda estación del año son propicias para tomar un cafelito: con leche por la mañana y acompañado por churros, solo o cortao por la tarde o con un poco de brandy, y como se prefiera después de cenar.
Los porteños son iguales en eso de tomar café a cualquier hora que los gatos, como se nos llama a los naturales de la Villa y Corte.
Y ahora les dejo porque me tengo que ir a tomar un café con un amigo que acaba de llegar de Bogotá, donde toma café a destajo.

© José Luis Alvarez Fermosel

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