domingo, 23 de marzo de 2008

El macho posmo contiene y relaja


De chicas, nada.

El macho posmo sube (instala imágenes de la red en una página), baja (hace que esas imágenes, u otras, salgan de la red para que él las tenga en su computadora personal), se cuelga (sobre todo, se cuelga), vive pendiente del “messenger”, el MP3, el MP4, el “IPod”, el “pendrive”, la “webcam” y manda y recibe constantemente mensajes de texto por la computadora y, sobre todo, por el celular.
Vive pegado a una y otro. De modo que no tiene tiempo para nada, ni para nadie. Ni mucho menos para las chicas. En todo caso, para los amigos.
Este curioso espécimen del posmodernismo que ha introducido, entre otras no menos…”bizarras”, las modas del pantalón pescador -¡qué prenda tan sentadora!-, las ojotas, la riñonera, la mochila y los borceguíes militares con cordones (en invierno), está empezando a usar ahora pañuelo a la cabeza, pero no en forma de turbante ni como lo llevan Leonardo Favio y Donato de Santis, sino como se lo ponían antes las mujeres en el barrio para ir a hacer las compras por la mañana. ¡Ya no sabe qué hacer para mostrar su costado femenino!
Esto en cuanto al exterior. De su interior no se sabe nada. Sigue sin hablar con casi nadie -¡y mucho menos con sus padres!-. Sólo se da con sus amigos que, como hemos dicho en repetidas ocasiones, responden a nombres de animales: el simio, el topo, el rata, el cuis…, o en virtud del apócope extremado, a notas musicales: Re (Recaredo), Do (Doroteo), Mi (Miguel), Fa (Fabio) y un largo etcétera.
De chicas, lo diremos una vez más, nada. Así están las pobres: desesperadas, histéricas, ardiendo –se pasan la vida bajo la ducha fría-. Se consuelan entre ellas, contándose sus cuitas; se dan piquitos, se estrujan. Las ventas de vibradores han aumentado muchísimo, informan en los “sex shops”; incluso se venden ya en las casas como antes los cosméticos de Avon.
Cuanto más lindas son menos pretendientes -¡qué palabra tan antigua!- tienen. Es que el macho posmo no se atreve a abordarlas, le da cosa. Muy de tarde en tarde para a una en la calle y le pregunta que dónde está la Avenida Córdoba. La chica le canta en el acto su número de teléfono y él da media vuelta y se va caminando de prisa y corriendo, con esos pies enormes que tiene.
Todo ha cambiado. Es el posmodernismo. En no más de una década se ha trastocado todo, el mundo está patas arriba. Y, desde luego, la virilidad se ha diluído como un terrón de azúcar en un vaso de agua.
Hasta hace muy poco tiempo, entrevistaban en la televisión a una artista monísima que acababa de echarse novio –o de emparejarse, diremos para estar a tono con la actualidad-, y cuando le preguntaban que cómo estaba, que cómo lo estaba pasando, respondía que todo estaba brutal.

- ¿Y cómo es tu novio? –le interrogaban.
- ¡Es una fiera! –respondía ella-
- Te pide guerra, seguramente…
- ¡Me la pide… y yo se la doy!
- ¿Y…?
- ¡Me vuelve loca!

Ahora la entrevistada responde a la requisitoria periodística que su pareja la contiene, le da mucha paz y es muy relajado: no es que sea de costumbres relajadas, un degenerado, vaya, sino que vive en un eterno estado de relax -.
Contención… Lo que menos quería uno antes es que su chica se contuviera. Muy por el contrario, uno pretendía que se lanzara a tumba abierta. Y, por supuesto, uno no buscaba la paz, sino la guerra. Recordemos a Quevedo:

“Amor me ocupa el seso y los sentidos:
absorto estoy en éxtasis amoroso,
no me concede tregua ni reposo
esta guerra civil de los nacidos…”


Apenas tenía uno un momento de calma. Y a ella le pasaba lo mismo. El “relax” venía después…
“¡Qué antiguo eres! –me dice un amigo muy puesto al día, muy “cool”- Vives anclado en el ayer. Todo ha cambiado.
Ciertamente. Ahora abundan los travestis, los transexuales: infinidad de hombres dicen que tienen dentro un cuerpo de mujer. Respetables señores mayores, buenos maridos y mejores padres tienen clandestinamente sexo con otros hombres, por lo general más jóvenes que ellos.
El macho posmo ofrece en el amor contención y paz.

© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

José Luis: Gracias, muchas gracias por poner al tapete temas del macho posmo. Casi, no exactamente, pero casi igual al que describe es mi hijo que tiene ¡32 años! Mi marido se parece cada vez más al personaje que hace Lanny, el de Cabroni. Le mando un beso y gracias porque nos hace sentir que estamos un poco acompañados en la tristeza. Miriam.

Anónimo dijo...

Miriam: prepárate para lo peor. El macho posmo se hace más posmo cuantos más años cumple. Su aspecto y sus ... "cosas" están influyendo ya en muchos ambientes. Yo he visto señores de 60 años por la calle con pantalón corto, medias y zapatillas deportivas, mochila a la espalda y esa mirada opaca y perdida, como la de una iguana, del macho posmo. ¡Valor, pues, y trata por todos los medios de que tu marido no se salga de su papel de Cabroni y termine posmo, también él. Afectuosos saludos.