Tengo un amigo, Guillermo –no voy a decir su apellido-, que no es que more o habite en una plaza, sino que la ha tomado como quien toma La Bastilla, pero sin más armas ni bagajes que su determinación y su sentido de la libertad y la independencia.
Llegó un día a una plaza, echó un vistazo, escogió un banco, depósito en él su impedimenta y pronunció la misma frase que el general Patrice Mac-Mahon –presidente de Francia entre 1873 y 1875-, que cuando llegó a las murallas de Malakoff, en la guerra de Crimea (1), dijo: “¡Aquí estoy y aquí me quedo!”.
Guillermo es un hombre de edad mediana, ni alto ni bajo, más bien robusto; se deja la barba, que le sale gris, y tiene los ojos azules e invictos como el mar; a veces se toca con un gorro negro que, visto de lejos, parece una boina que se hubiera calado hasta las orejas.
Guillermo es el señor de la tarde y el vigía del crepúsculo. Tiene una guardia de palomas.
Tuvo un pasado, como el de usted, el mío y el de cualquier otro. Sufrió y fue feliz, como todos. Ahora mira el futuro sin hacer planes, sin sobresaltos. Lo que tenga que ser, será.
Guillermo vende café y gana unos dineros. No le pide nada a nadie. Tiene sus mínimas necesidades vitales cubiertas y aún le sobra para darse un gustito de vez en cuando, asegura.
Tiene amigos que le prestan libros. Y, ya lo dijimos, una libertad plena y total, hasta el punto de que, como él dice recordando al cantante Alberto Cortez, no tiene horario para dar unas cabezadas. Quiere ésto decir que se puede echar a dormir la siesta –el yoga hispánico, según Camilo José de Cela-, en el momento del día que quiera. Si ésto se supiera despertaría no pocas envidias.
Un hombre honrado, sereno, alegre, digno, que está más allá del bien y del mal. Por eso le aprecio y le estimo. Hay que tener muchos bemoles para estar por encima del bien y del mal.
Damos noticia de que en una plaza de la ciudad vive un hombre bueno a pleno sol. Cuando vienen las sombras, impredecibles, misteriosas, que todo lo oscurecen y lo tornan un poco ominoso, Guillermo se abraza al paisaje.
Los jacarandáes –recién florecidos- y los perros callejeros son sus amigos. Y yo también.
Llegó un día a una plaza, echó un vistazo, escogió un banco, depósito en él su impedimenta y pronunció la misma frase que el general Patrice Mac-Mahon –presidente de Francia entre 1873 y 1875-, que cuando llegó a las murallas de Malakoff, en la guerra de Crimea (1), dijo: “¡Aquí estoy y aquí me quedo!”.
Guillermo es un hombre de edad mediana, ni alto ni bajo, más bien robusto; se deja la barba, que le sale gris, y tiene los ojos azules e invictos como el mar; a veces se toca con un gorro negro que, visto de lejos, parece una boina que se hubiera calado hasta las orejas.
Guillermo es el señor de la tarde y el vigía del crepúsculo. Tiene una guardia de palomas.
Tuvo un pasado, como el de usted, el mío y el de cualquier otro. Sufrió y fue feliz, como todos. Ahora mira el futuro sin hacer planes, sin sobresaltos. Lo que tenga que ser, será.
Guillermo vende café y gana unos dineros. No le pide nada a nadie. Tiene sus mínimas necesidades vitales cubiertas y aún le sobra para darse un gustito de vez en cuando, asegura.
Tiene amigos que le prestan libros. Y, ya lo dijimos, una libertad plena y total, hasta el punto de que, como él dice recordando al cantante Alberto Cortez, no tiene horario para dar unas cabezadas. Quiere ésto decir que se puede echar a dormir la siesta –el yoga hispánico, según Camilo José de Cela-, en el momento del día que quiera. Si ésto se supiera despertaría no pocas envidias.
Un hombre honrado, sereno, alegre, digno, que está más allá del bien y del mal. Por eso le aprecio y le estimo. Hay que tener muchos bemoles para estar por encima del bien y del mal.
Damos noticia de que en una plaza de la ciudad vive un hombre bueno a pleno sol. Cuando vienen las sombras, impredecibles, misteriosas, que todo lo oscurecen y lo tornan un poco ominoso, Guillermo se abraza al paisaje.
Los jacarandáes –recién florecidos- y los perros callejeros son sus amigos. Y yo también.
(1)Librada de 1854 a 1856 para defender la integridad de Turquía. Firmado el Protocolo de Viena entre Francia, Inglaterra, Austria y Prusia, Francia e Inglaterra formaron una alianza y declararon la guerra a Rusia. Siguiendo el parecer de Napoleón III, sitiaron la plaza fuerte de Sebastopol, en Crimea, donde los rusos sufrieron un gran descalabro que les obligó a capitular.
© José Luis Alvarez Fermosel
6 comentarios:
Estimado Caballero Español: gracias por deleitarnos con notas como éstas. Se ve que ud. tiene una gran sensibilidad para captar temas como éstos. Sensibilidad de gran artista. Un abrazo. Víctor.
Víctor: te agradezco mucho tus líneas, tan generosas. Un abrazo.
Es una hermosa pincelada del paisaje ciudadano y sus insondables particularidades.Me imagino a Guillermo ensobrado en la neblina de un crepúsculo otoñal y rodeado de la cobriza hojarasca de la plaza.Ningún ruido, ni canto de gallo, ni ladrido........
Abrazos.
Susan4
Yo a Usted me lo imaginé calvo, bajo y regordete; con bigotito anchoa como de barbero, unas gafas lennon -que bien pudieron ser impertinentes- y la diestra inveteradamente extendida para abrirle a las damas la puerta del taxímetro.
Por fortuna, su ascendencia morisca en el rostro desmiente tales imaginerías y confirma esa maravilla que es la radio, antojo egoísta donde su gente es como nosotros la querramos.
La buena tarde sea contigo, Caballero.
Fabio
fabiobustosfierro@yahoo.com
Susan: ¡Dios mío, cuántas letras y números tienes y manejas! Gracias por tus mensajes. Un abrazo.
En realidad, Fabio, mido 1.82, peso 76 kilos, conservo todo mi pelo, aunque de ratón, y mi bigote, como habrás observado no es como esos bigotitos de los artistas de cine de los años 40, que tenían menos pelo que el coño de una principiante. Los rasgos moriscos los tenemos una cantidad de españoles, no en vano estuvieron ellos 7 siglos en la vieja piel de toro ibérica. A ellos les debemos muchas cosas buenas. La radio, como tú bien dices, tiene esas cosas, entre ellas la de facilitar el libre juego de la imaginación. Tu mensaje me ha divertido mucho, y te lo agradezco como agradezco que seas oyente fiel. Que las deidades de la noche te acompañen. Un abrazo.
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