viernes, 30 de enero de 2009

Ranas al agua

He hablado mucho de sapos en este blog. Hoy voy a hablar de ranas, o por lo menos de una que yo tuve una vez.
Mi rana no fue –el poco tiempo que estuvo en mi poder- como Jacinta, la rana de mi hija María Soledad, que se alimentaba de grillos.
La rana de mi hija era una rana de ciudad, de terrario: una rana doméstica. La mía era de campo, cimarrona, de charca; de regular tamaño, musculosa, flexible, de piel verde con pintitas naranja, como los ojos de algunas pelirrojas.
La capturé una tarde de verano, el implacable estío madrileño en el que el sol cae a plomo y calienta cornisas, hierros de barandas, balcones y picaportes hasta el extremo de no poder tocarlos sin correr el riesgo de quemarse las manos. El calor reblandece el alquitrán del asfalto. No falta un reportero gráfico que toma la foto de un par de huevos friéndose en la calzada ardiente, en la que algún chusco los tiró, después de cascarlos.
Paseábamos un día mi amigo Diego y yo por un tramo de campo reseco, erizado de ortigas, que se abría al horizonte a un extremo de la pomposamente llamada Avenida Trajano, devenida Pasaje Bellas Vistas.
Acostumbrados, si no indiferentes, al calor casi africano del verano madrileño, Diego y yo caminábamos a paso lento, a veces charlando, a veces en silencio.
Hasta que llegamos al aduar, o sea, a la charca, que era bastante grande y lo suficientementemente profunda como para que el agua no se secara al sol. Permanecía estancada, con un moho negruzco en la superficie.
Nos detuvimos junto a la charca y nos sentamos sobre unos yerbajos calcinados. Descubrimos unos juncos cerca del agua. Los juncos están siempre cerca del agua, ya lo sé.
Con velocidad y precisión de clavadista, tres ranas se lanzaron al agua, una tras otra. Una cuarta se quedó agazapada entre unas matas. Y eso la perdió porque yo, que ya la había visto, le puse una mano ahuecada encima y la trinqué.
Con ese sentido predatorio de los niños, que redunda en perjuicio de pájaros, ranas, saltamontes, lagartijas y otros animalitos de Dios, Diego y yo, contentísimos con nuestra presa, abandonamos la charca y nos fuimos rumbo a nuestras casas.
La rana palpitaba en mi mano derecha como un corazoncito. Conforme avanzaba bajo el ardiente sol de junio notaba que el pobre batracio perdía elasticidad y se resecaba. No tenía muchas posibilidades de sobrevivir, por más que la pusiera en una palangana con agua al llegar a mi casa, como me había propuesto.
Di la vuelta y desanduve lo andado, esta vez a grandes trancos, a pesar del calor. Diego me seguía sin entender nada.
Cuando llegué a la charca me incliné sobre ella y abrí la mano. La rana se precipitó instantáneamente en el agua verdosa.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Cuando los sapos vienen marchando”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/cuando-los-sapos-vienen-marchando.html)
"Más sobre sapos”
“¡Que no le falte agua a Gervasio!”

2 comentarios:

Julia dijo...

No entiendo muy bien como publicar un comentario pero es un intento.
Si llega a leerlo mi pregunta es si me puede dar alguna información sobre el FERNET, ya sea como se elabora y cuanta cantidad de alcohol contien. O alguna otra información... Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Estimada Julia: Ya respondí esta inquietud tuya en "Contención", o sea, la primera vez que me consultaste. Espero que puedas leerla. Gracias por tu visita.