sábado, 15 de enero de 2011

Cuplés, pulgas y sinvergënzas

El cuplé es una canción ligera, popular, picante y a veces un poco grosera. La palabra viene del francés “couplet”, que procede a su vez del provenzal “cobla” y significa pareja de versos.
El cuplé estuvo muy de moda en España a finales del siglo diecinueve y principios y mediados de veinte.
En pleno apogeo de la moda “camp”, o retro, de nostálgica vuelta al pasado, el género resurgió entre los años cincuenta y sesenta gracias a una emisión de Radio Madrid, denominada “Aquellos tiempos del cuplé”; y se mantuvo durante un cierto tiempo por el impacto de las películas de Sara Montiel, Lilian de Celis y otras actrices que encarnaban a las cupletistas más famosas y cantaban sus cuplés.
Una de las más populares artistas de la época de oro del cuplé fue La Chelito, que cantaba con voz angelical: “Tengo una pulga dentro de la camisa, que salta, y corre, y se desliza…”.
Se metía la mano bajo la camisa, y la retorcía, la subía, la bajaba… Casi al final del espectáculo se le salía un pecho.
El Chantecler ardía. Corrían los primeros años del siglo XX.
El verdadero nombre de la reina del Chantecler, un teatro de Madrid donde la libido se desaforaba noche tras noche, era Consuelo Portela; había nacido en Cuba en 1885 y era hija de un guardia civil. La madre era más de armas llevar que el guardia.
Después de varios años de afiebrar a los caballeros de bigote retorcido, reloj de bolsillo con leontina y bastón, la Chelito cambió de género, se sacó por fin la pícara pulga de donde estuviera, guardó el pecho saltarín y de atrevida cancionista come hombres se convirtió en empresaria de espectáculos y pasó el resto de su vida administrando el teatro Muñoz Seca de Madrid.
En sus días de sicalíptica, como se decía en el delicuescente lenguaje de la época, la Chelito era seguida, perseguida y acosada por los caballeros a los que nos hemos referido.
Los afortunados señores que lograban llegar a ella pagaban con largueza sus favores. La Chelito se enriqueció enseguida.
Un joven apuesto y de buena familia, pero sin un duro, se enamoró de la Chelito y la Chelito de él. La madre de la artista se puso hecha un basilísco –cosa que no le costaba mucho trabajo- cuando se enteró del idilio.

El que no tiene dinero es un sinvergüenza

El endriago halló un día al guapo mozo en la casa donde vivían madre e hija y lo echó con cajas destempladas, diciéndole: “Usted no puede aspirar a la mano de mi hija –ni a ninguna otra parte de su anatomía, se entendió- porque no tiene dinero".
Hizo una pausa y acto seguido lanzó con voz de trueno la frase para la historia: "¡Y el que no tiene dinero es un sinvergüenza!”.
El muchacho hizo mutis por el foro. La Chelito engordó, se hizo seria, que parece que era lo que al final quería ser, y se dedicó a la producción de espectáculos asexuados, ya fueran comedias o dramas. Ganó dinero a espuertas e incrementó enormemente su ya considerable fortuna. Se ve que era más lista que siete brujas.
Uno de los mejores fotógrafos del Madrid de principios del siglo veinte, Manuel Company, inmortalizó a la Chelito (ilustración) cuando todavía se columpiaba descocada en sus caderas -como Marilú, aquella filipina…-, buscando la pulga.
Y quedó claro que el que no tiene dinero es un sinvergüenza.

Dedicatoria:

A Rómulo Berruti, quien de haber vivido en aquellos inefables años, habría hecho muy buenas migas con La Chelito.

© José Luis Alvarez Fermosel

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