lunes, 3 de enero de 2011

La obsesión del traje inglés

Todo el mundo sueña con tener un traje inglés.
Cuando digo todo el mundo quiero decir todos los hombres a quienes todavía les gusta vestirse con traje y corbata –a la antigua-, aunque no sea más que en algunas ocasiones, y que tienen mucho dinero.
No me saco esto de la manga porque no tenga otra cosa mejor de que hablar, ni porque quiera hacer publicidad de los ternos británicos. La haría encantado si me la pagaran, aunque fuera en especie.
Es que cada dos por tres sorprendo a alguien hablando de trajes y ropa en general inglesa, o del “bespoke”: una categoría muy especial de sastrería que incluye prendas hechas íntegramente a mano en Savile Row, la calle londinense que concentra la elegancia masculina más sutilizada del mundo occidental.
En Savile Row están las exclusivas tiendas de Norton & Sons, Hardy Amies, Gieves & and Hawkes y otras más modernas, como Richard James, Evisu y Richard Anderson.
Lo malo es que no es muy fácil hacerse hoy en día con un traje inglés, y menos hacerse un traje inglés a medida.
Yo tuve varios, dos de ellos de John Williams, lo cual no tuvo ningún mérito porque yo viví en Londres varios años y tenía tiempo, un poco de dinero y todo en la vida era más fácil.
Lo primero que hay que hacer ahora es elegir entre 2000 telas, los diseños, los colores, la pasamanería y los botones. En cuanto a estos últimos, los mejores son los de tagua, una semilla de la palma Phytelephas macrocarpa que se da en la laguna de Tagua Tagua, cerca de la ciudad chilena de San Vicente de Tagua, perteneciente a la sexta región. También se produce tagua en Panamá, Colombia y otros países latinoamericanos.
La hechura de cada traje requiere como mínimo 50 horas de trabajo manual, que en algunos casos pueden prolongarse hasta 80. Desde que se hace el pedido hasta que se entrega transcurren como mínimo tres meses.
Así y todo, el negocio es muy saneado. Las firmas de Savile Row confeccionan más de 10000 trajes al año y facturan unos 21 millones de libras (cerca de 30 millones de dólares). Las ventas aumentaron un 35 por ciento el año pasado y para este ejercicio se espera un incremento de un 10 por ciento.
Pero hay que tener mucho cuidado, porque fuera de ese privilegiado circuito proliferan sastrerías, conocedoras de la obsesión universal del traje inglés, que dan gato por liebre con gran habilidad.
Un conocido mío me contó que en el curso de un reciente viaje que hizo a Europa pasó por Londres y se compró un traje por 2300 pesos argentinos al cambio, cuando en Buenos Aires le pedían 3500 por uno parecido. Ah, pero el traje tenía puesta una de las mangas de la chaqueta al revés. Y, además, se arrugaba como todos, casi con mirarlo.
Un amigo que soñó durante mucho tiempo con tener un “blazer” inglés tuvo oportunidad de materializar su sueño cuando su empresa le mandó a Londres unos días a hacer unas gestiones. Se compró uno de confección cerca de Savile Row que le pareció magnífico. Poco tiempo después, ya en Buenos Aires, descubrió que estaba hecho en Corea.
En uno de mis recientes viajes a Madrid adquirí en una conocida tienda de la Gran Vía dos trajes de confección: uno de Pedro del Hierro, excelente, y a muy buen precio. No hubo que hacerle ningún arreglo. El otro, que salió un poco más caro, tuvo que ser retocado por una sastra y modista argentina que vive en Madrid.
Así se descubrió que el traje integraba una partida comprada por Chile a Costa Rica, que a su vez los importó de Marruecos, donde fueron cortados. España se los compró a Chile y los vendió como españoles.


© José Luis Alvarez Fermosel

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