martes, 18 de enero de 2011

Cuando los sapos vienen marchando (*)

Tengo que preguntarle a Gabriela Balossino cuántos sapos tiene ahora.
En una oportunidad Gabriela me dijo que tenía 40 de esos para mí simpáticos batracios.
Gabriela es una señora o señorita de El Allen –en el Valle del Río Negro- que creo que, dicho por ella, anda por los cuarenta años– la mejor edad para la mujer, ya lo dijo Balzac- y vivía hasta hace poco en Neuquén en una casa de su propiedad con cuatro perras que recogió de la calle, varios pájaros y 40 sapos.
Ya es curioso que tantos sapos vivan en amor y compañía en el jardín de Gabriela –que evidentemente tiene muy buena mano para tratar con toda clase de animales-, pero lo más raro es que todos coman el alimento balanceado de las perras.

Para vivir en armonía hay que comer lo mismo

Gabriela me dijo que hace unos cuantos años se le ocurrió que para que las perras y los sapos vivieran juntos en paz y armonía comieran el mismo alimento. A los sapos les gustó y desde entonces no comen otra cosa.
Noche tras noche se congregan bajo las ventanas de Gabriela, apenas escuchan el ruido de las galletitas cayendo de una bolsa a un recipiente. Esto ocurre todo el año porque los sapos ya no hibernan como el resto de sus congéneres. Viven en una casita que les ha fabricado Gabriela.
Algunos dicen que los sapos, agradecidos, cantan todas las noches aquella canción de Gardel, “El sapo y la comadreja”. Pero yo creo que eso es un invento.
Gabriela me mandó un montón de fotos de sus sapos. He escogido una –todas son preciosas-, que es la que ilustra estas líneas.
Gracias, Gabriela. Y cariños a tus perras, tus pájaros y tus sapos.

(*) Del título de la canción del trompetista de “jazz” Louis Armstrong: “When the saints go marching in” (“Cuando los santos vienen marchando”).

© José Luis Alvarez Fermosel

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