“Cada vez que escucho la palabra cultura, saco la pistola”.
La frase es histórica
y de origen no muy claro. Unos se la atribuyen a un jerarca nazi y otros a un
militarote o un polizonte –que, como se sabe, no es lo mismo que un polizón-.
El escritor chileno
Jorge Edwards se refiere a la cultura en una de sus columnas recopiladas en el
libro “El whisky de los poetas”. Son columnas, o ensayos breves, y no crónicas,
como modestamente las define Edwards. Si Paul Johnson las leyó –a lo mejor lo
hizo- estará de acuerdo conmigo.
En su columna
titulada “Complejos frente a la cultura” Edwards dice que no ha visto
últimamente en Chile a ningún político, parlamentario o gobernante citar un
verso, un libro, una frase cualquiera.
Lo mismo pasa en
Argentina, en España y yo creo que en todo el mundo. En España se atribuye a la
incultura de la clase política, en una medida importante, el origen de la
crisis que la flagela.
No se lee
El 28 por ciento de
los jóvenes españoles entre los 14 y los 24 años reconoce que no lee, según un
estudio del Gremio de Editores.
“¿Por qué no se
insiste más en la necesidad de leer?”, se preguntaba recientemente la profesora
de castellano Cristina García en un artículo publicado en el diario ABC de
Madrid. La docente estima que los chicos tendrían que ser impulsados a leer y
hacer crítica literaria sobre lo leído.
Para Jorge Edwards
los educadores y reformadores positivistas se equivocaron al elevar a los
altares a la ciencia y a la técnica, olvidándose de la reflexión, la lógica y
la inteligencia, lo cual determinó que estemos llenos de profesionales
universitarios que no saben hablar, ni escribir.
En cuanto a los
medios –sobre todo los audiovisuales- mejor no hablemos. Cada día se dicen y
escriben más barbaridades. Casi todas se deben al mal uso de los tiempos de los
verbos, los adejtivos y las preposiciones y el empleo de palabras cuyo
significado se desconoce, lo cual crea todo tipo de equívocos y confusiones. El
vocabulario es cada vez más escaso.
Tarzán habría sido
un buen comunicador en estos días en los que, como dice Edwards, nos hemos
olvidado de la formación clásica, reemplazando el verdadero estilo, la
ejercitación de la inteligencia y de la palabra por la acumulación y la
memorización de conocimientos inútiles.
De “El whisky de los
poetas” de Jorge Edwards se ha dicho que “en la misma estela de los maestros
del ensayo brevísimo, la reflexión se convierte en estas páginas en gozoso pretexto
para la lectura más creativa”.
El escritor chileno,
que también fue diplomático, recibió entre otros los premios Casa de las
Américas, Nacional de Literatura de su país y Cervantes.
© José Luis Alvarez Fermosel
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