Pues resulta que al
final no se acabó el mundo el 21 de diciembre, como auguraron los mayas, según
se dijo.
Lo cual no fue óbice
para que se derramaran, si no mares ni ríos, algunos arroyos de tinta –de
impresora- acerca de la profecía en cuestión, su origen, su sentido y la
posibilidad de que se produjeran algunos fenómenos naturales, quiero decir
procedentes de la madre Naturaleza -que ocasionalmente es tan cruel con
nostros- como terremotos, trombas de agua, caída de meteoritos o algo peor.
También se dijo que
el mundo se acabaría el primero de enero de 2002, o en todo caso que las
computadoras y otras máquinas de la era de la red de redes explotarían como
bombas, o se produciría un remedo del Apocalípsis, o cosa parecida.
Pero ni entonces ni
el 21 de diciembre de 2012 pasó nada. Empezó el verano, eso sí, pero me parece
que no nos dimos cuenta. Hace tanto que padecemos un calor infernal que casi
todos pensamos que el verano vino este año antes de tiempo. O, como aquella
primavera, nadie sabe cómo ha sido.
El caso es que el 21
de diciembre no finalizó el mundo.
Casi mejor así. Nos
queda tanto por ver, por experimentar, por aprender, por hacer…
© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:
No hay comentarios:
Publicar un comentario